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martes, 30 de noviembre de 2010

Pinturas del Bicentenario UADER FHAyCS

Asadito del Postitulo en Derechos Humanos UADER Crespo 2010

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Postitulo de Derechos Humanos-UADER- Crespo- 2010

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domingo, 28 de noviembre de 2010

Más allá del neoliberalismo: lecciones para la izquierda Perry Anderson

En mis intervenciones he tratado de enfatizar deliberadamente la fuerza tanto intelectual como política del neoliberalismo señalando que su energía, su intransigencia teórica y su dinamismo estratégico todavía no se han agotado. Creo que es necesario e imprescindible subrayar estos aspectos si queremos combatir eficazmente las políticas neoliberales en el corto y en el largo plazo. Una de las observaciones más importantes de Lenin de cuya herencia la izquierda sigue precisando posee hoy plena vigencia: jamás subestimar al enemigo. Es peligroso ilusionarse con la idea de que el neoliberalismo es un fenómeno frágil y anacrónico. Teórica y políticamente, él continúa siendo una amenaza activa y muy poderosa, tanto aquí en América Latina como en Europa y en otras partes. Un adversario formidable y victorioso, aunque no invencible.
Si miramos las perspectivas que podrían emerger más allá del neoliberalismo vigente, y buscamos orientarnos en la lucha política contra él, no debemos olvidar tres lecciones básicas legadas por estos regímenes.
Primera lección: no tener ningún miedo a estar contra la corriente política de nuestro tiempo. Hayek, Friedman y quienes los siguieron originariamente tuvieron el mérito mérito entendido a los ojos de cualquier burgués inteligente- de realizar una crítica radical del statu quo, aun cuando hacerlo era aventurarse en una empresa muy impopular. No dudaron en mantener una postura de oposición marginal durante un largo período, a pesar de que el saber convencional los trataba como excéntricos y locos. Simplemente, perseveraron hasta el momento en que las condiciones históricas cambiaron y su oportunidad política llegó.
Segunda lección: no transigir en nuestras ideas, no aceptar ninguna dilución de nuestros principios. Las teorías neoliberales fueron extremas y marcadas por su falta de moderación, una iconoclastia chocante para los bienpensantes de su tiempo. Pero a pesar de esto, no perdieron eficacia. Fue precisamente su radicalismo, la dureza intelectual de su agenda, lo que les aseguró una vida tan vigorosa y una influencia tan abrumadora. El neoliberalismo no puede ser confundido con un pensamiento débil, para usar un término de moda e inventado por algunas corrientes posmodernistas con el objeto de avalar teorías eclécticas y flexibles.
El hecho de que ningún régimen político realizó jamás la totalidad del sueño neoliberal no es una prueba fehaciente de su ineficacia práctica. Por el contrario, la intransigencia del temario aportado por los ideólogos neoliberales permitió a los gobiernos de derecha implementar el conjunto de medidas drásticas y decididas que ya conocemos. La teoría neoliberal supo proveer, mediante sus principios radicales, una ambiciosa agenda en la cual los gobiernos podían elegir los ítems más oportunos, según sus coyunturales conveniencias políticas o administrativas. El maximalismo neoliberal fue, en este sentido, altamente funcional: proveía un repertorio muy amplio de medidas radicales que se ajustaban a las circunstancias concretas de cada momento específico.
Esta dinámica demostró, al mismo tiempo, el largo alcance de la ideología neoliberal, su capacidad para abarcar todos los aspectos de la sociedad, y así desempeñar el papel de una macrovisión verdaderamente hegemónica del mundo.
Tercera lección: no aceptar como inmutable ninguna institución establecida. Cuando el neoliberalismo era un fenómeno menospreciado y marginal durante el gran auge del capitalismo de los años ‘50 y ‘60, parecía inconcebible para el consenso burgués de aquel tiempo que, en los países ricos, cerca de cuarenta millones de personas fueran conducidas al desempleo sin que esto provocase graves trastornos sociales. Asimismo, parecía impensable proclamar abiertamente la redistribución de los ingresos de los pobres hacia los ricos en nombre del valor de la desigualdad. Era inimaginable, también, la sola posibilidad de privatizar el petróleo, el agua, los correos, los hospitales, las escuelas y hasta las prisiones. Como bien sabemos, cuando la correlación de fuerzas cambió a partir de la larga recesión, todo esto se evidenció como una alternativa factible e, incluso, necesaria. El mensaje de los neoliberales fue, en este sentido, electrizante: ninguna institución, por más consagrada que sea, es, en principio, intocable. El paisaje institucional es mucho más maleable de lo que se cree.
El pensador brasileño norteamericano Roberto Mangabeira Unger teorizó desde la izquierda este proceso más sistemáticamente que cualquier otro intelectual de la derecha, dándole una fundamentación histórica y filosófica en su libro Plasticidad y Poder. Se trata de un viejo tema siempre actual en el pensamiento marxista, “todo lo sólido se desvanece en el aire”, según la célebre proclama del Manifiesto Comunista. Ahora bien, una vez recordadas las lecciones que el neoliberalismo nos ha legado, ¿cómo encarar su superación? ¿Cuáles serían los elementos de una política capaz de vencerlo? El tema es amplio; por eso voy a indicar aquí solamente tres dimensiones que, a mi modo de ver, nos ayudan a pensar un pos neoliberalismo factible.
1 Los valores. Tenemos que atacar sólida y agresivamente el terreno de los valores, resaltando el principio de la igualdad como criterio central de cualquier sociedad verdaderamente libre. Igualdad no quiere decir uniformidad, como afirma el neoliberalismo, sino, por el contrario, la única auténtica diversidad.
El lema de Marx conserva toda, absolutamente toda, su vigencia pluralista: “a cada uno según sus necesidades, de cada uno según sus capacidades”. La diferencia entre las características, los temperamentos y los talentos de las personas está expresamente grabada en dicha concepción clásica de una sociedad igualitaria y justa. ¿Qué significa esto hoy en día? Igualar las posibilidades reales de cada ciudadano de vivir una vida plena, según sus propias opciones, sin carencias o desventajas debidas a los privilegios de otros. Iguales oportunidades de salud, educación, vivienda y trabajo son el punto de partida. No hay ninguna posibilidad de que el mercado pueda proveer, en cada una de estas áreas, ni siquiera el mínimo requisito de acceso universal a los bienes imprescindibles en cuestión. Solamente una autoridad pública puede garantizar la protección contra la enfermedad, la promoción de los conocimientos y de la cultura, la provisión de vivienda y empleo para todos, etc. Göran Therborn insistió con elocuencia, y yo coincido con él, en la necesidad de defender el principio del Estado de Bienestar. Esta defensa debe articularse a la necesaria extensión de las redes de protección social, no confiando necesariamente su gestión a un aparato estatal centralizado (problema éste que asume una vital importancia no sólo en América Latina sino también en algunos países europeos, como Inglaterra y Suecia).
Para ello precisamos una fiscalización absolutamente distinta de la que existe hoy en nuestros países. No es necesario subrayar aquí el escándalo material y moral del sistema impositivo en Brasil, por ejemplo. Sin embargo, la evasión fiscal por parte de los sectores ricos o meramente acomodados no es solamente un fenómeno de lo que alguna vez se llamó el Tercer Mundo, sino también, y cada vez más, del propio Primer Mundo. Aun cuando no siempre es aconsejable entregar la provisión de los servicios públicos al aparato estatal centralizado, la extracción de los recursos necesarios para financiar los servicios sociales es una función intransferible e indelegable del Estado. Pero, para esto, se precisa un Estado fuerte y disciplinado, capaz de romper la resistencia de los privilegiados y bloquear así la fuga de capitales que cualquier reforma tributaria desencadenaría. Todo discurso antiestatista que ignore esta necesidad, es demagógico.
2 La propiedad. La mayor hazaña histórica del neoliberalismo ciertamente ha sido la privatización de las industrias y los servicios estatales. Aquí se consumó su larga cruzada antisocialista. Paradójicamente, lanzándose a tal proyecto ambicioso, tuvo que inventar nuevos tipos de propiedad privada, como por ejemplo los certificados distribuidos gratis a cada ciudadano en la República Checa o Rusia, dándoles derecho a una proporción igual en acciones de las nuevas empresas privadas. Estas operaciones, claro está, se transformarán, a final de cuentas, en una farsa: esas acciones equitativamente distribuidas serán pronto adquiridas por especuladores extranjeros o mafiosos locales. Sin embargo, lo que estas operaciones demostraron es que no hay ninguna inmutabilidad en el modelo tradicional de propiedad burguesa. Nuevas formas de propiedad popular deberán ser inventadas; formas que desarticulen la rígida concentración del poder que caracteriza a la empresa capitalista. Este es otro de los grandes temas que aborda Mangabeira Unger en su obra, y también una de las cuestiones que discute el gran intelectual marxista, John Roemer, en su nueva obra Un futuro para el socialismo.
Existe hoy una discusión mucho más rica en los países occidentales sobre este tema: la invención de nuevas formas de propiedad popular, con numerosas contribuciones y propuestas diversas. Pero el tema está lejos de ser sólo una preocupación de los países ricos. Por el contrario, gran parte de la discusión más reciente sobre estas cuestiones se desprende directamente de la observación de formas mixtas de propiedad en las empresas colectivas chinas. Las famosas TVES, o sea, las llamadas empresas municipales y de aldeas, que hoy son el motor central del aparente “milagro” que registra una economía que posee el único crecimiento realmente vertiginoso del mundo contemporáneo. En China encontramos formas de propiedad tanto industrial como agraria que no son ni privadas ni estatales sino colectivas, ejemplos vivos de una experiencia social creativa que demuestra un dinamismo sin par en el mundo actual.
3 La democracia. El neoliberalismo tuvo la audacia de decir abiertamente que la democracia representativa no es un valor supremo en sí mismo. Por el contrario, se trata de un instrumento intrínsecamente falible, que puede, y de hecho lo hace, tomarse excesivo. Su provocativo mensaje era claro: precisa mos menos democracia. De ahí, por su insistencia en un Banco Central jurídicamente independiente de cualquier gobierno; o sea, de una constitución que prohíba taxativamente el déficit presupuestario. Aquí también debemos considerar e invertir su lección emancipadora, y pensar que la democracia que tenemos si la tenemos no es un ídolo que debemos adorar, como si fuera la perfección final de la libertad humana. Es algo provisorio y defectuoso, que se puede remodelar. Nuestro desafío es exactamente contrario al que se proponen los neoliberales: precisamos más democracia. Esto no quiere decir que debamos defender una aparente simplificación del sistema de voto, aboliendo la representación proporcional en favor de un mecanismo al estilo norteamericano (propuesta que ha sido preconizada por algunos líderes políticos latinoamericanos). Esta es una receta descaradamente reaccionaria mediante la cual se pretende imponer un sistema de fuerte contenido antidemocrático (de hecho, en Estados Unidos, ni siquiera vota en las elecciones la mitad de la población). Tampoco “más democracia” quiere decir conservar o fortalecer el presidencialismo. Tal vez la peor de las transferencias extranjeras a América Latina haya sido, históricamente, la servil imitación de la constitución de los Estados Unidos del siglo XVIII, la cual, dicho sea de paso, está siendo imitada por los nuevos gobernantes semicoloniales de la Rusia contemporánea.
Una democracia profunda exige exactamente lo opuesto a este poder plebiscitario. Precisa de un sistema parlamentario fuerte, basado en partidos disciplinados, con financiamiento público equitativo y sin demagogias cesaristas. Sobre todo, exige una democratización de los medios de comunicación, cuyo monopolio en manos de ciertos grupos capitalistas superconcentrados y prepotentes es incompatible con cualquier justicia electoral o soberanía democrática real.
En otras palabras, estos tres temas pueden ser traducidos al vocabulario clásico: son las necesarias formas modernas de la libertad, igualdad y no digamos fraternidad, término un tanto sexista, sino solidaridad. Para realizarlas precisamos un espíritu sin complejos, seguro, agresivo, no menos determinado de lo que fue en sus orígenes el neoliberalismo. Esto será lo que un día, tal vez, se llame neosocialismo. Sus símbolos no serán verborrágicos: ni la arrogancia de un águila, ni un burro de sagacidad tardía, ni una paloma de convivencia pacífica y menos aún un tucán de connivencias fisiológicas. Los símbolos más viejos, aquellos instrumentos de trabajo y de guerra, capaces de golpear y de cosechar, tal vez volverán a ser los más apropiados.

Profesorado de Educacion Especial
Catedras: Didactica de las Ciencias Sociales I y II
Profesor : Dines Sergio
Año: 2011

Reultados cuantitativos de la Encuesta del dia 2 de Noviembre de 2011.
¿En que creen los estudiantes que cursan Didactica de las Ciencias Sociales I Y II?
Muestra: 51 encuestas

Cuestionario:

1-¿En que no creen?

Politicos 66,66
Religion 47,05
Promesas 45,09
Justicia 43,13
Policia 31,37
Prensa 25,49
Capitalismo 17,64
Instituciones 5,88

2- ¿Cuáles son los Argentinos mas conocidos a los cuales les creen?

Nadie 41,17
Jorge Ernesto Lanata 6,05
Cristina F. de Kirchner 4,88
Pino Solanas 4,88
René Favaloro 4,88
Julio Cobos 2,92
Guillermo Andino 2,92
Ángel "Baby" Etchecopar 1,9
Ernesto Guevara el "Che" 1,9
Mariano Grondona 1,9
Victor Hugo Morales 1,9
Ricardo Iorio (Almafuerte) 1,9
Jorge Rial 1,9
Roberto Pettinato 1,9
Santo Virgilio Biasatti 1,9
Emanuel David Ginóbili 1,9
En uno mismo 1,9
Ronnie Arias 1,9
Juan Gelman 1,9
Julio Cortázar 1,9
Daniel Santoro 1,9
María Eva Duarte de Perón 1,9
Joaquín Salvador Lavado "Quino" 1,9
Jose de San Martin 1,9

3- ¿En quien ya no creen mas?

En los Politicos 25,5
en los Curas 13,73
Ns/Nc 13,73
en la Presidenta 7,84
Jorge Pedro Busti 5,88
Carlos Saul Menem 3,92
Personajes de la Infancia 3,92
en los jueces 3,92
en el Indec 3,92
en los hombres 3,92
en el Papa Benedicto 3,92
en los Dirigentes 1,96
en la Democracia 1,96
en los Amigos 1,96
en el ex novio 1,96
en la Ecologia 1,96

4- ¿Cuales son las ideas que no creen?

En la Politica 29,42
Ns/NC 11,78
En la Igualdad social 9,8
En lo esoterico 9,8
En la religion 7,84
en el neoliberalismo 3,94
En el fin del mundo 3,91
En el aborto legal 3,91
En la familia 1,96
En las instituciones 1,96
En la libertad de prensa 1,96
En verdades absolutas 1,96
En la UADER 1,96
En la Paz mundial 1,96
En las estadisticas 1,96
En el big ban 1,96
En la educacion 1,96
En la perfeccion 1,96

5- ¿Cuáles son las ideas en las que creen?

En Dios 33,33
Ns/Nc 27,45
En la familia 23,52
En la amistad 21,56
En la Religion 19,6
En el amor 11,76
En uno mismo 9,8
En la juventud 7,84
En la felicidad 5,88
En el respeto 5,88
En el no al Aborto 3,92
En el futuro 3,92
En el esfuerzo 1,96
En la guerra 1,96
En la Vida Eterna 1,96
En la honestidad 1,96
En la diversidad 1,96
En la cooperacion 1,96
En la aceptacion 1,96
En la justicia 1,96
En la solidaridad 1,96
En la politica 1,96

6- Calificar a las siguientes personalidades del 1 al 10, considerando la nota usada en el ambito escolar.

Ns/Nc
Emanuel David Ginóbili 7,43 0
María Susana Giménez Aubert 7,17 0
Nestor Kirchner 5,98 0
Gabriela Beatriz Sabatini 5,82 7,84
Carlos Bianchi 5,74 1,96
Marcelo Hugo Tinelli 4,86 0
Diego Maradona 4,8 0
Ernesto Sabato 4,39 37,25
Enriqueta Estela Barnes de Carlotto 4,31 13,72
Mariano Carlos Grondona 4,03 11,76
Hebe Pastor de Bonafini 3,05 25,49
Eduardo Duhalde 2,94 11,76
Leopoldo Fortunato Galtieri 0,88 25,49

7- Calificar la lista dada de creencias del 1 al 5;considerando la siguiente escala dada:

1: no creo nada
2: creo un poco
3: creo mas o menos
4: creo algo mas que menos
5: creo mucho

La Amistad 4,15
Religion 3,98
La Familia 3,62
La Suerte 3,42
Medios de Comunicación 2,92
El cielo y el infierno 2,66
Lo Sobrenatural 2,43
Politica 2,5
Fondo Monetario Internacional 2,25
La Reencarnacion 1,98
En la vida Extraterrestre 1,55

8- ¿Como se ve por su ideologia?

Conservador 5,88
Neoliberal 3,92
Social Democrata 5,88
Nacional Popular 11,76
Marxista 1,96
Ns/Nc 70,6

9- La Argentina que desea vivir se identifica con:

Capitalismo Primario Exportador 5,88
Capitalismo Financiero y de Servicio 3,92
Capitalismo Industrial Distributivo 15,68
Capitalismo de Estado 5,88
Socialismo 7,84
Ns/Nc 60,8

10- Socialmente que soy por mis ingresos:

Multimillonario 0
Rico 0
Clase Media 82,36
Pobre 17,64
Indigente 0
Ns/Nc 0

11- Por mis ideas Politicas soy de:

Derecha 3,92
Centro Derecha 1,96
Centro 5,88
Centro Izquierda 3,92
Izquierda 9,8
Ns/Nc 74,52

viernes, 26 de noviembre de 2010

La descentralización de los recursos de vialidad provincial como factor explicativo de la conformación de nuevos departamentos en la provincia de E.R

Por los Profs.Dines Sergio y Manuel Gomez (Ciencias Sociales UADER- Expuesto en Congreso COMAHUE)


1. Introducción
Con el presente trabajo se mostrará una de las líneas de investigación que se están desarrollando para entender las causas generales del proceso de creación de nuevos departamentos en la Provincia de Entre Ríos y la creación de San Salvador en particular. Esta línea de investigación se relaciona con la administración de los recursos de los servicios públicos provinciales descentralizados en los municipios, principalmente los recursos de vialidad provincial.
Se parte de la presunción de que el control de los recursos de Vialidad provincial tuvo un rol protagónico a la hora de determinar la nueva conformación territorial. No estaría exenta la participación y contradicción de distintos intereses en juego, tales como facciones políticas concentradas territorialmente y sectores económicos más dinámicos del área bajo análisis. Estos últimos intereses serán los tratados en el presente trabajo.
2. Marco legal de la autonomía municipal en la Constitución Nacional

A modo introductorio, hemos tomado como punto de partida la comparación de los regímenes municipales de la Provincia de Entre Ríos y de la Provincia de Santa Fe , con el objeto de establecer cuáles son las condiciones institucionales en las que se enmarca el proceso de departamentalización en la provincia de Entre Ríos.
La autonomía que se establece como marco legal en nuestra Constitución Nacional para las provincias, da lugar para que cada una de ellas reglamente en su Constitución Provincial su propia Ley Orgánica a nivel Municipal.
Analizando la delimitación territorial y tomando el derecho comparado, en la Provincia de Entre Ríos, se utiliza el sistema de ejidos urbanos o ejidos no colindantes. Los límites del municipio son iguales al del ejido urbano; por el contrario en la provincia de Santa Fe se utiliza el de ejidos colindantes, donde se incluyen áreas urbanas y rurales, de manera que todo el territorio queda comprendido dentro de gobiernos locales.
En Entre Ríos, cada municipio abarca el “ejido urbano” (planta urbana) y se adiciona un área rural (zonas de quinta y zonas de chacra). Como ejemplo de esto, tomamos el análisis que realiza el INDEC “Publicación del Programa de Información Estadística y Apoyo a los Municipios” (1999), donde se desarrolla la delimitación del Departamento Tala, dentro del cual encontramos tres municipios: el de Rosario del Tala, Maciá y Gobernador Mansilla. Estos abarcan en forma no exhaustiva la superficie del departamento, el resto del territorio pertenece al gobierno provincial y no se posee ningún gobierno local legalmente definido. Solamente encontramos lo que se ha denominado “Juntas de Gobierno”, estas son conformadas por decisión del Poder Ejecutivo Provincial; esto es diferente al comunal adoptado por Santa Fe, donde la misma comunidad elige las autoridades que administraran su Comuna.
En Santa Fe, encontramos un sistema de “ejidos colindantes”, que incluye áreas urbanas y rurales, de manera que todo el territorio provincial queda comprendido dentro de gobiernos locales. Como ejemplo, también expuesto en el trabajo del INDEC (1999), en el departamento San Martín encontramos que hay tres municipios: el de Sastre, San Jorge y El Trébol. Estos abarcan en forma no exhaustiva la superficie de un departamento, el resto del territorio departamental esta cubierto por lo que se denomina “comunas”, estas son: Cautelar, Las Petacas, Crispi, Landeta, Piamonte, María Susana, Carlos Pellegrini, Traill, San Martín de las Casas, Cañada Rosquín, Colonia Belgrano, Las Bandurrias, Casas y Los Cardos.
La superficie de la provincia de Entre Ríos es de 78.781 km2. Se considera como municipio todo centro de población que en una superficie de 75 km2, contenga más de 1500 habitantes. La superficie total que corresponden a los distintos ejidos municipales es de 7.812,25 Km2, que equivalen al 9,92% del territorio provincial; sobre este territorio los municipios poseen jurisdicción para la prestación de servicios.
El resto del territorio, que no queda incluido en ninguno de los ejidos municipales permanece bajo la jurisdicción provincial, esta superficie corresponde a 70.968,75 Km2, equivalentes al 90,08%. De esta manera el gobierno de la provincia de Entre Ríos concentra en sus manos la mayor porción de su territorio dentro de su jurisdicción, lo cual implica que la prestación de los distintos servicios queda incluida bajo su poder.

3. Vialidad Provincial de Entre Ríos

En este marco, nos centraremos en la función que desempeña Vialidad Provincial, el cual se constituye como un ente autárquico de Derecho Público que funciona bajo la dependencia del Poder Ejecutivo a través del Ministerio de Hacienda, Economía y de Obras Públicas.
Dentro de sus funciones se establecen estudiar, proyectar, planificar, asesorar, ejecutar obras viales, mantenerlas y conservarlas para dotar a la provincia de una adecuada comunicación terrestre (art1 ley 2936) .
Además, debe construir y conservar todas las obras de Vialidad de carácter provincial y de acuerdo con las municipalidades y juntas de fomento, en sus respectivas jurisdicciones, cuando se traten de tramos que continúen o completen entre sí caminos provinciales y nacionales. Puede crear depósitos y talleres donde fueren más necesarios, por razones de economía o eficiencia técnica, dentro de las sumas que anualmente autorice el presupuesto.
Sin embargo, la asignación de sus recursos, esta vinculado a su aprobación por parte de la legislatura provincial, y es allí donde cobra especial importancia la figura de los senadores, cuyo mecanismo contempla la elección de un senador por departamento, convirtiéndose este en un instrumento de presión para la asignación de recursos.
Es de especial interés la discusión sobre la asignación de los recursos de vialidad provincial, ya que parte de los recursos que este ente administra, son descentralizados a distintas zonales. Estas zonales generalmente coinciden con el/los municipio/s más importantes de cada departamento.
La descentralización de los servicios provinciales es el resultado de una vinculación entre los intereses organizados en asociaciones de la sociedad civil con las estructuras decisionales del Estado.

4. Vinculación la creación del nuevo departamento y vialidad

El nuevo departamento de San Salvador fue creado en diciembre de 1997, por la ley provincial Nº 8981. Una de las características sobresalientes de este nuevo territorio, es que en el mismo se registra una concentración de molinos que no se compara con ningún otro departamento de la provincia de Entre Ríos.
Dentro del mismo se concentra el 31% de los molinos arroceros, cabe aclarar que el 73% de los molinos instalados en la provincia se dedican a esta actividad. Esto no implica que la mayor producción de arroz se localice en el mismo lugar.
Para la vinculación entre el sector primario y el sector secundario de la producción arrocera es de vital importancia la conservación y mantenimiento de los caminos secundarios y terciarios que se encuentran dentro del circuito productivo.
Previamente a la creación del departamento y de la nueva zonal de Vialidad , el sector arrocero dedicado a la manufacturación, situado en la localidad de San Salvador, debía negociar para la conservación y mantenimiento de los caminos, antes mencionados, con los legisladores provinciales de Villaguay, Colón y Concordia , debido a que las zonales que abarcaban este territorio se encontraban bajo su jurisdicción.

5. Conclusión

Habiendo analizado, las características que presenta el régimen municipal en la provincia de Entre Ríos, la regulación y administración de los recursos de vialidad provincial y ciertas características del sector económico más dinámico del departamento San Salvador, se abren toda una serie de posibilidades que serán analizadas durante el periodo en que se desarrolle el proyecto de investigación.
Por lo tanto una primer pregunta a analizar es, ¿qué tanto explica al proceso de creación de nuevos departamentos, la administración de los recursos de vialidad descentralizados?
La segunda cuestión que nos formulamos es ¿qué tan importante fue el mantenimiento activo de los caminos que son parte del circuito productivo del arroz para la conformación del nuevo departamento?.
Y finalmente, ¿qué rol cumplió la corporación arrocera en cuanto a la pretensión de ejercer influencia en la administración de dichos recursos?.



6. Bibliografía

Escolar, Marcelo, Calcagno Natalia:”Reforma Electoral Nacional y Reforma Electoral Federal- Elementos para el análisis y la discusión del caso Argentino”, UBA, 2002.
Schmitter, Philippe: ”Neocorporativismo”, México, 1992.
Iturburu, Mónica: “Municipios Argentinos”, INAP, Bs As, 2000.
INDEC: “Municipium”, Publicación del Programa de Información Estadística y Apoyo a los Municipios, PRINEM, Número 3, Julio de 1999

7. Fuentes

1994. Constitución de la Nación Argentina
1933. Constitución de la Provincia de Entre Ríos.
1962. Constitución de la Provincia de Santa Fe.
1991. Autos: “Municipalidad de Rosario c. Provincia de Santa Fe”. Fallo de la Corte Suprema de Justicia la Nación Nº 90.182. L.L.. Buenos Aires, 05/03/92.
1973. Ley nacional Nº 20.320.
1933. Ley provincial Nº 2.936.
1933. Ley provincial E.R Nº 3001 y modificatorias, Régimen de las Municipalidades.
1959. Ley provincial E.R Nº 4.220 modificatoria de la ley Nº 2.936 de Vialidad.
1992. Ley provincial E.R Nº 8.619.
1994. Ley provincial Sta Fe Nº 11.204.
1995. Ley provincial E.R Nº 8981.
1997. Resolución Nº 1.487.
1998 Resolución Nº 292 interna de vialidad provincial Entre Ríos.
citas
1 El presente trabajo se enmarca en el proyecto de investigación “SOCIEDAD, TERRITORIO Y POLÍTICA EN LA PROVINCIA DE ENTRE RÍOS” en la Facultad de Humanidades, Artes y Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Entre Ríos (UADER). El programa de investigación toma como objeto la creación del departamento San Salvador, el cual data de 1997. Nuestro aporte consiste en establecer los vínculos que existieron entre los intereses de distintos actores económicos y sociales y las decisiones estatales que llevaron a esta nueva territorialidad, atendiendo especialmente la importancia que cobra la descentralización de servicios públicos provinciales en cuanto a su prestación y a los recursos que se obtienen a través de los mismos.

2Esta comparación con Santa Fe es solo ilustrativa, ya que la comparación debería hacerse con el resto de las provincias argentinas. Pero una de las características que diferencian Santa Fe de Entre Ríos, es que en la primera provincia no se creó ningún departamento nuevo desde 1983 hasta el momento.
3 El territorio que comprende el nuevo departamento San Salvador es el resultado de la subdivisión y fusión de áreas que componían los departamentos de Colon, Concordia y Villaguay.
4 Entre los más importantes se destaca la presencia de los molinos ALA S.A., Schmukler S.A., Berthet y Caupolican entre otros.
5 La nueva zonal es creada en la localidad de General Campos, localidad situada dentro del nuevo departamento de San Salvador.
6 En estos departamentos se concentra la mayor producción de arroz.

EXPLORACIÓN, CARTOGRAFÍA Y MODERNIZACIÓN DEL PODER ESTATAL por Dr Marcelo Escolar UBA- UADER- CONICET

Versión reducida en :
Escolar, Marcelo, 1996. “Exploration, mapping and modernization of state power”, International Social Sciences Journal, No. 141-152.

Una versión modificada ha sido incorporada como capítulo catorce en:
Mabogunje, Akin, L. 1996. Geography. Series In contemporary social sciences, Oxford, Unesco/Blackwell.

Reeditado en:
Brenner, N.; Jessop,B.; Macleod, G. (2003) State-Space. A reader. Blackwell, oxford.
Parte 1, capítulo 1, pag. 29-52.


1- Introducción

Los Estados Absolutistas que comienzan a desarrollarse en Europa Occidental durante el Medioevo Tardío y que se consolidarán durante el Renacimiento, constituyen la base política e institucional sobre la cual se producirán los diferentes tipos de estados democrático-representativos a partir del último cuarto del siglo XVIII.
En su conjunto, estos Estados se han caracterizado por la continuidad del ejercicio territorial exclusivo del poder de dominación político, expresado en una lenta construcción del monopolio de la coerción legítima, la concentración de la recaudación tributaria y la centralización burocrática de la administración pública (Alliès 1980, 23-25).
Tanto para los estados absolutistas modernos como para los estados democrático-representativos contemporáneos, el ejercicio de la soberanía política se ha aplicado a un conjunto de objetos patrimoniales y humanos discriminados por medio de una delimitación geográfica específica (Anderson J. 1986, 117).
Mientras que para los primeros el sujeto patrimonial de la soberanía (el monarca) difería completamente de su objeto de aplicación (el territorio y los súbditos), para los segundos, en cambio, ha existido una tendencia a la identidad entre el sujeto político de la soberanía y el objeto de aplicación de la misma, el cual se corresponde, en ambos casos, con el colectivo de ciudadanos discriminados por la norma territorial (Escolar 1995a, 5) .
Si bien el territorio forma parte de los dos tipos de estados, esto no significa negar la existencia de otros estados de características también territoriales, no sólo en Europa Occidental sino en el resto del mundo. En realidad, los estados patrimoniales dinásticos de la modernidad no difieren sustancialmente de otros modelos antiguos o extraeuropeos (Smith 1986, 93-96; Giddens 1987, 49-53). Sin embargo, los estados democráticos-representativos sí difieren de todos los demás en un aspecto básico: deben identificar un sujeto colectivo que delegue su soberanía a través del sistema de representación política, y tal operación precisa, a su vez, de un territorio que la delimite.
Por tal motivo, los Estados Absolutistas Europeo Occidentales constituyen el antecedente político institucional de todos los estados contemporáneos (Escolar 1989, 44-46), en la medida en que los primeros sistemas democrático-representativos se crearon en algunos de ellos o en sus colonias y luego se fueron expandiendo en sucesivas etapas históricas, hasta incluir la casi totalidad de los estados actuales.
En este proceso, que abarcará básicamente desde comienzos del siglo XV hasta la actualidad, la modernización del poder estatal concentró sus esfuerzos en el desarrollo de métodos y técnicas destinadas a mejorar el funcionamiento del aparato burocrático-administrativo y de control del territorio y la población, pero, también, gran parte de esos esfuerzos se dirigieron a la elaboración de elementos discursivos de difusión y legitimación del poder estatal y a la producción de conocimiento sobre los distintos aspectos de la realidad social y natural interna y externa a su jurisdicción geográfica.
En consecuencia, la construcción del poder estatal en los Estados Absolutistas de Europa Occidental abarcó cinco dimensiones fundamentales: la consolidación institucional de aparatos políticos y administrativos centralizados; la organización infraestructural y burocrática de los territorios de dominación Real; la proyección y evaluación de las estrategias alternativas de expansión estatal; la instrumentación de alternativas tácticas ofensivas y defensivas de base territorial y la legitimación interna y externa de los derechos políticos del sujeto soberano. Tales dimensiones, si bien se estructuraron durante el Renacimiento y pasaron a formar parte de manera generalizada de la organización y estilo de gestión estatal durante los siglos XVII y XVIII, fueron heredadas por los estados democráticos posteriores, reproducidas en los estados absolutistas de Europa Oriental y Cercano Oriente, traspasados a los imperios coloniales e incorporados en los diferentes estados resultantes de las distintas coyunturas históricas del proceso de descolonización a partir del siglo XIX.
Si bien el esquema de continuidad, sintéticamente expuesto más arriba, simplifica las vicisitudes particulares de cada proceso de formación estatal moderno en relación con la integración de su territorio (unificación y homogeneización del “espacio” estatal: Alliès 1980, 24-25) y el procesamiento institucional de su acervo político, cultural, técnico y administrativo históricamente adquirido, posibilita, en cambio, distinguir ciertos rasgos comunes a partir de los cuales abordar el problema del descubrimiento, inventario, reconocimiento y representación figurativa del mundo exterior y del patrimonio geográfico de la base territorial del estado.
En efecto, para dar cuenta de las cinco dimensiones básicas del proceso de construcción estatal moderno, es preciso tomar en consideración a los distintos saberes involucrados en la recolección, sistematización y representación figurativa de la diversidad natural y social de las comarcas, cercanas y distantes, de un mundo en constante expansión, no sólo en el plano de su configuración geográfica general sino de su contenido cada vez mas diversificado y complejo, a medida que la acumulación de conocimiento y el refinamiento de los conceptos, técnicas e instrumentos utilizados ampliaban el universo conocido.
La construcción del estado impulsaba entonces la producción de saberes determinados con los cuales planificar, controlar, evaluar y gestionar la administración y el gobierno del territorio. Pero, al mismo tiempo, el desarrollo de esos saberes posibilitaba nuevas formas de ejercicio de la dominación política y la organización de sistemas cada vez más eficientes de expansión, administración y gobierno del estado. La estrecha relación entre desarrollo técnico y necesidades sociales de utilización de sus resultados, no debería ser leída exclusivamente desde una perspectiva que considera la modernización como una acumulación mecánica de conocimientos (Solé 1976, 206), sino teniendo en cuenta, además, que “en todos los tiempos han habido ‘elementos de medición’. Pero no se desarrollaba su uso, en la medida en que no había utilidad social de medir el espacio” .
Los saberes técnicos y discursivos expresados verbal o gráficamente se constituyen a partir de la representación de imágenes dotadas de su propia semántica y sintaxis; la cartografía cumplirá, en consecuencia, un papel clave en la capacidad de los sujetos de estado para obtener una espacialización de las escenas y figuras del patrimonio estatal y de las diferencias geográficas de los distintos lugares del mundo.
Algunos problemas significativos, si se quiere esclarecer el carácter estrictamente técnico o simbólico de los saberes asociados a la modernización del poder estatal, son los siguientes: “¿es que esas diferentes escenas y figuras, aún reunidas en un espacio de representación homogéneo y continuo, tienen una significación global y articulada, es que ellas otorgan sentido en el seno de un sistema de relaciones, o es que esta significación es de orden puramente paradigmática y discontinua, una imagen asociada a un lugar geográfico por un lazo denominativo, descriptivo, retórico y también alegórico?” .
Es factible pensar que el espacio de representación cartográfico, si bien goza de amplios grados de libertad en la producción de imaginarios visuales y en la institucionalización -a través de su propio orden- de patrones de organización del territorio, tiene además que adecuarse progresivamente a las referencias preexistentes de la geografía que intenta esquematizar y diseñar. La transformación histórica del espacio pictórico-cartográfico del Renacimiento en el espacio neutral de representación cartográfica contemporáneo, se elabora en la codificación progresiva de una iconografía particular que sistematiza “un conjunto de imágenes independientes asociadas a lugares de la carta y del espacio real, según un lazo que es a la vez de designación y de descripción” .
Una actividad simultánea de carácter intelectual y práctica debió concretizarse lentamente: por un lado, la recolección, el inventario y la clasificación de las informaciones y documentos que expresan materialmente el descubrimiento; por el otro, la sistematización analítica, exposición literaria y representación textual y figurativa de los resultados de la exploración en aquellos escenarios geográficos descubiertos o reconocidos (Lestringant 1981, 207-208). En este contexto discursivo, los límites entre la realidad representada y la imaginación de los especialistas involucrados, tenía directa relación con las representaciones establecidas por la autoridades intelectuales de cada época (Wood 1992, 41-42; Harley 1992, 234) y también con la consistencia empírica de los datos aportados por la exploración, ya sea de manera directa, cuando el especialista era, además, explorador u observador, o indirecta ,cuando el especialista procesaba en su gabinete los datos aportados por la encuesta y los registros de campo.
La cartografía nunca fue una imagen especular de la realidad representada, sino un esquema visual donde el cartógrafo o sabio involucrado se proponía transmitir la realidad representada con los medios técnicos disponibles en la época, dentro del marco de problemáticas ligadas al uso de sus productos y las perspectivas que sintetizaban su abordaje singular del mundo como ‘geografía’ (Jacob 1992, 240).
Sobre esta base, resulta factible elaborar una periodización donde se articulen las diversas visiones de mundo preponderantes en cada época, las características más importantes del proceso de formación estatal y territorial y los medios técnicos para efectuar la representación en función de la información disponible.
Resulta importante tener en cuenta, por otro lado, los cambios sufridos en el régimen político por la modificación de la relación entre gobierno y territorio del estado, a partir de las revoluciones burguesas. Tal cambio determinó la aparición de un sujeto colectivo ciudadano depositario legítimo de la soberanía del estado, quien pasaría, por intermedio de los sistemas de representación política, a transformarse paulatinamente en el nuevo soberano y en el sujeto del poder estatal (Guiomar 1974, 227-231). El surgimiento de las nacionalidades estatales fue paralelo a este cambio histórico, impulsando la política cultural del estado hacia la fabricación de discursos y elaboración de referentes institucionalizados con los cuales describir y argumentar las distintas dimensiones de la identidad de la ciudadanía nacional, correspondientes a los nuevos estados democrático representativos contemporáneos (Balibar 1988 , 129-130).
Por tal motivo, a las necesidades de administración, control, organización y propaganda de los gobiernos dinásticos se sumarían, a partir de las transformaciones democráticas y la constitución de estados nacionales, las necesidades de formación de imaginarios colectivos con los cuales transmitir de manera sistemática y homogénea los referentes objetivos de la nacionalidad oficial del estado.
En el período correspondiente al desarrollo y consolidación de los estados absolutistas europeos (siglos XV, XVI, XVII y XVIII), se destacarán dos subperíodos significativos desde el punto de vista de la exploración y la representación cartográfica de la realidad. En primer lugar, el correspondiente al Renacimiento, caracterizado por una lenta ruptura con la cosmovisión geográfica heredada de la antigüedad, el impacto social y cultural de los descubrimientos y el proceso de centralización del poder estatal. En segundo lugar, el correspondiente al Barroco y el Neoclasicismo durante el apogeo del Absolutismo Europeo, caracterizado por el relevamiento y la inspección del territorio metropolitano, las colonias consolidadas y el mundo como escenario posible de expansión territorial .
En el período correspondiente al desarrollo y consolidación de los estados democrático representativos (siglo XIX), se destacarán los distintos procesos de transformación política y administrativa en los estados centrales como resultado directo de las revoluciones francesa y americana (paralelamente al desarrollo acelerado del capitalismo en Europa occidental y Estados Unidos), caracterizados por la promoción de la estadística descriptiva y de exposiciones monográficas asociadas a modos estandarizados de relevamiento y representación cartográfica, ambos dirigidos al reconocimiento de las diferenciaciones existentes en el seno del escenario geográfico de las posesiones estatales y a la clasificación de los stocks de recursos humanos y naturales del mundo extraeuropeo.
Si bien la periodización expuesta intenta discriminar procesos significativos respecto a las relaciones entre cartografía, exploración y desarrollo del poder estatal, antes de la institucionalización científica de los saberes geográficos a fines del siglo XIX, muchos de ellos no podrían ajustarse estrictamente a los períodos determinados y supondrán la presencia de anacronismos y situaciones precursoras que será preciso destacar a lo largo del trabajo. La historia de los modos de representación cartográfica y de la expansión del conocimiento sobre la oekoumne, si bien tiene un correlato en el proceso de formación estatal moderno y contemporáneo, no puede ser leída de manera lineal, sino a través del reconocimiento de continuidades, retrocesos y fracturas en las distintas etapas de la territorialización del poder estatal.


2- El doble descubrimiento y la transformación de la imagen del mundo en el Renacimiento.

Asociar las cosmovisiones que circulan en una época determinada con las perspectivas políticas ligadas al incremento del poder y estructuración burocrático-administrativa del estado, supone considerar las alternativas de articulación entre las imágenes del poder estatal y la imágenes del mundo real, visualizadas ambas como totalidades, a la vez naturales y geográficas.
El descubrimiento de autoridades antiguas que relataban y describían el mundo rompiendo con la visualización cartográfica de la imagomundi cristiana occidental a principios del siglo XV, posibilitó la apertura de vías de indagación y posibilidades concretas de investigación empírica.
Según esto, podía aplicarse el conocimiento novedoso -respecto a la auctoritas aceptada hasta el momento- a propósitos prácticos ligados a la coyuntura política y social de la época, pero también como estrategias de apertura del universo de aquello que era factible de ser conocido objetivamente y representado artísticamente. “El paisaje es el precio visual de la desimbolización del cosmos” afirma Regis Debray, refiriéndose a la creación artística renacentista, “la evaporación de los trasmundos mitológicos o religiosos hace bascular la visión sobre los primeros planos (..) este nuevo contrato cerrado con lo visible nos ha proporcionado también la primera cartografía fiable” (Debray 1992, 168). Pero también este “primer contrato con lo visible” junto a la pretensión y necesidad de conocimiento objetivo, ha generado indirectamente las condiciones de corroboración empírica de los datos aportados por la antigüedad redescubierta.
El descubrimiento de verdaderas visiones gráficas del mundo y de su naturaleza social y natural fue el antecedente imprescindible para el descubrimiento de la realidad por intermedio de la exploración práctica de esos escenarios diseñados por los sabios de la antigüedad (Broc, 1980: 35-34).
Esto significaba pensar la posibilidad del descubrimiento geográfico, sobre la base del redescubrimiento de textos antiguos. En este sentido, los textos y cartas del astrónomo y geógrafo alejandrino del siglo II a.C. Ptolomeo, sin lugar a dudas posibilitaron el desarrollo de la ciencia empírica durante el Renacimiento .
Traducidos inicialmente al latín por Jacobus Angelus en 1409 y retraducidos sucesivamente a diferentes lenguas vulgares con el agregado de nueva documentación cartográfica durante casi doscientos años, se constituyeron en la base fundamental del escenario geográfico visualizado por occidente hasta su definitiva desautorización en 1570, luego de la publicación del Theatrum Orbis terrarum de Ortelius y del valor meramente histórico acordado por Mercator a La Geographia ptolomeaica en su atlas de 1578. A estos textos les cabe la responsabilidad intelectual de haber abierto durante todo el siglo XV y la primera mitad del XVI, el camino de la exploración y el descubrimiento empírico de la verdadera figura del mundo, en un contexto intelectual ceñido al respeto de la auctoritas y al control del conocimiento ejercido por la revelación judeo cristiana.
Junto a los mapamundis y cartas regionales ptolomeaicos, que incorporaban la novedad técnica de organizar el sistema de localización de la información por medio de coordenadas geográficas en latitud y longitud, se encontraban también los portolanos y cartas náuticas, cartogramas aptos para la navegación siguiendo los derroteros de costa y orientaciones de rumbos geográficos; estos últimos se habían desarrollado primero en Italia y Catalunia durante los siglos XIV y XV para ser aplicados al comercio y colonización en la cuenca mediterránea, y luego habían pasado a las escuelas náuticas de Portugal y posteriormente España en los siglos XV y XVI para ser aplicados en la exploración y expansión ultramarina en las cuencas de los océanos Atlántico, Indico y finalmente Pacífico.
Los datos sucesivamente incorporados en los portolanos, que expresaban los resultados empíricos de la exploración llevada adelante por los estados ibéricos, fueron atriculándose muy lentamente con la representación global del mundo presente en la cartografía ptolomeaica (Broc 1980, 32). Unos permitían construir cosmografías que, articulando el mito y el descubrimiento, irían completando el mundo reconocido, siempre desde los modos de ver y los objetos conocidos de occidente (Barrientos Alfageme 1993, 89); los otros funcionarían como verdaderos instrumentos de relevamiento empírico con los que sistematizar los datos de campo producidos en la exploración y el reconocimiento de las nuevas geografías descubiertas.
Las características de los procesos de formación estatal y territorial de las dos potencias ibéricas constituyen indicadores claros de las tendencias de representación cartográfica predominantes durante su etapa de consolidación como estados modernos. El temprano establecimiento en Portugal de una monarquía centralizada a principios del siglo XIV y la estabilidad de un territorio de dominación delimitado y controlado eficazmente durante los siglos XIV y XV (Moraes 1991, 88-89), a lo que se sumaría, en el último cuarto de siglo XV, la unificación de las coronas de Aragón y Catilla bajo la hegemonía de esta última, y la finalización de la reconquista con la ocupación del Reino Moro de Granada -quizás un buen elemento de justificación de la continuidad entre las cruzadas y la expansión europea del siglo XV y XVI- posibilitó y promocionó una política sistemática de expansión asociada a la exploración oceánica sobre la base de saberes técnicos ligados a la navegación y la cartografía (Boorstin 1983, 157-158).
En el año 1420, el príncipe Enrique el Navegante, fundará en Sagres una escuela de pilotos, cartógrafos, matemáticos y técnicos instrumentales cuyo propósito era formar a los navegantes y exploradores que diseñarían y participarían en los Proyectos de la corona. Esta institución se transformó luego de su muerte, producida en 1460, en la Casa da Guine y posteriormente -con rango Ministerial- en la Casa da India y la Junta dos Matemáticos (Broc 1980, 192-194).
Los viajes de Cil Eanes hasta 1435 y Cadamosto alrededor de 1455 siguiendo la costa africana hasta sierra Leona, Cao en 1485 al sur de la “Zona Tórrida” , Covilha en 1487 por la ruta del Mar Rojo hasta Calicut y Zanzibar y, finalmente, Díaz en 1487 y Vasco da Gama en 1497, el primero doblando el Cabo de Buena Esperanza y el segundo ocupando Calicut, se efectuarán en función de una “Política Geográfica” (Moraes 1988, 34 35) específica, que contó con el apoyo y con la supervisión técnica explícita de las instituciones mencionadas (Broc 1980, 193; Penrose 1967, 35).
Estos antecedentes sirvieron de modelo para la creación, en 1503, luego de consolidadas las primeras posesiones españolas en América a partir de los viajes de Cristóbal Colón, de la Casa de Contratación, un organismo interdisciplinario de responsabilidades científicas y económicas y El consejo de Indias, un organismo de control político y religioso, que en su conjunto reunían las funciones de la Casa da India y la Junta dos matemáticos en Portugal (Broc 1980, 193 196).
Si bien durante todo el período las cortes europeas se vieron frecuentadas por “geógrafos”, “cartógrafos” y cosmógrafos” que ofrecían sus servicios y sus conocimientos empíricos al mejor postor, y que tal circulación de la información posibilitó la trascendencia de los principales descubrimientos ligados a la figura del mundo, también es cierto que la cartografía de detalle, la que permitía reconocer el terreno y posicionarse en él, fue mantenida oculta y en muchos casos directamente destruida por los Monarcas Ibéricos (Broc 1980, 30; Texeira de Mota 1976, 53).
No fue sólo el secreto de estado que envolvía los documentos cartográficos donde se exponía el alcance de los descubrimientos efectuados, la toma de posesión y la ocupación de los territorios de las Indias Orientales y Occidentales, lo que impidió una rápida y casi automática corrección y ampliación del conocimiento autorizado contenido en las fuentes antiguas, sino, sobre todo la relativa inutilidad de estos últimos para las condiciones sociopolíticas de los otros Estados Europeos. Considérese, por ejemplo, el poco interés despertado en la corte de Enrique VII hacia las propuestas de Sebastián Cabot para realizar un nuevo viaje a América del Norte en 1498 y el exiguo apoyo de Enrique XVIII a este tipo de empresas ultramarinas, actitudes que desembocarían finalmente en el alejamiento de este último y su contratación como Piloto Mayor del Reino por parte de la Monarquía Española en 1512 (Barber 1987, 27-28); y también la escasa repercusión en la Corte de Francisco I de los resultados obtenidos en los viajes de Cotereal al Labrador y Veranzano a la costa de Virginia en el primer cuarto del siglo XVI, aún teniendo en cuenta la importancia del apoyo de la Corona a la escuela de pilotos y cartógrafos de Dieppe (Buisseret 1987, 103).
No era la expansión ultramarina el problema principal de los Estados Absolutistas al norte de los Pirineos durante lo siglos XV y XVI, sino la construcción de su propia estructura estatal centralizada, que paulatinamente emergerá sobre las ruinas de las guerras de religión, la modificación de la base productiva señorial, la desaparición de la jerarquía de subordinación feudovasallástica y, finalmente, el “Fracaso del Imperio” Habsburgo Español (Wallerstein 1974, chap.IV).
La voluntad política de profundizar el poder absoluto de la dinastía a través de un dominio más eficaz del territorio, no superaba aún el estilo textual no-cartográfico de la administración medieval; sin avanzar, en consecuencia, en la elaboración de instrumentos precisos de representación, con las cuales gestionar competencias jurisdiccionales de los diferentes aparatos de estado ligados a la administración y al gobierno del territorio.
Sobre el trasfondo de la apertura del mundo conocido que resultará de la expansión ibérica, los monarcas y responsables político administrativos del resto de las estados absolutistas de Europa pensarán y representarán su propia geografía metropolitana, comenzando a delinear proyectos de expansión territorial en geografías reales e imaginarias.
La misma idea de estado central y patrimonial proyectado sobre un territorio de competencia exclusiva no fue ajena a esta ruptura epistemológica legitimada por el “doble descubrimiento” (Livingstone 1992, 52). Así, las monarquías absolutas europeo-occidentales entablaron un diálogo entre sus pretensiones institucionales y políticas y los instrumentos de legitimación, control, expansión y reconocimiento aportados por las visiones del mundo heredadas y las que se fueron constituyendo en armonía parcial y, finalmente, en oposición total con este conocimiento autorizado.
Distintos tipos de saberes académico cartográficos y técnicas topográficas y geodésicas de relevamiento y representación de la información geográfica y catastral acumulada, se fueron organizando en relación a las nuevas necesidades de organización y consolidación del poder estatal durante el Renacimiento (Alliès 1980, 51).
Todos los estados absolutistas en desarrollo precisaron progresivamente de medios cartográficos con los cuales representar sus propia geografía, tanto en el plano de la legitimación social de sus dominios y de los medios de comunicación social propagandísticos de su figura geográfica, como en el plano del inventario de sus recursos naturales, sociales y humanos y de la construcción de instituciones jurisdiccionales con las cuales viabilizar el gobierno y la administración estatal (Alliès 1980, 58; Buisseret 1987, 2; Tilly 1989, 166 168) .
En el primer plano, se encuentran el conjunto de imágenes pictórico¬¬¬¬ cartográficas que adornaban palacios y edificios oficiales, así como los mapamundi, globos y cartas del territorio estatal con las cuales los monarcas expresaban su dominio efectivo.
La identidad del estado y su figura geográfica, precisaban de objetos de representación masivos, donde, en un delicado umbral entre la pictografía y la cartografía (Alliès 1980, 71), los elementos que componían el territorio del reino dieran lugar a una imagen visualizable (Jacob 1992, 410).
Aún en los estados italianos, poseedores del mayor nivel de institucionalización de la entidad estatal territorial como sujeto de administración pública y fundamento del poder soberano, este tipo de representación cartográfica del territorio del Estado recién podrá encontrarse a partir de mediados del siglo XVI , ejemplificados magistralmente por los mapas murales estratégico políticos del Palazzo Vechio en Florencia y los existentes en el salón de los mapas del Vaticano, pintados por Enzio Danti entre 1563-1575, en el primer caso, y Antonio Danti entre 1580 y 1583, en el segundo (Marino 1987, 5).
En el resto de los estados europeo occidentales, la producción cartográfica de este tipo se limitó a diseños rudimentarios sobre la base de Mapamundis medievales o ptolomeaicos, en los que las figuras del territorio estatal tenían una función estrictamente decorativa o propagandística, incorporando en ciertas oportunidades funciones didácticas, conmemorativas o espirituales o, a lo sumo, completadas de manera parcial y asistemática a partir de relevamientos requeridos por los soberanos.
Este será el caso de Inglaterra hasta el encargo hecho por Eduardo VI a Sebastián Cabot en 1549 para que se ocupase de producir un gran mapa actualizado de las pretensiones reales en Europa y Norteamérica, que debería ser pintado en la Privy Gallery (Barber 1987, 26-27, 42-43) de Francia, hasta la ascensión al trono de Enrique II a quien Oronce Fine dedicará, en 1549 “L’sphère du Monde”, sobre la base de un mapamundi anterior elaborado en 1534 para Francisco I (Buisseret 1987, 103), y también de España hasta la aparición en 1544 del mapa impreso de Giacomo Gastaldi titulado La Espana (Parker 1987, 126).
En el segundo plano, se encuentran diferentes tipos de representaciones cartográficas caracterizadas por niveles muy diversos de perfeccionamiento técnico, cuyo destino estaba íntimamente ligado a la primitiva organización de los sistemas de catastro, a la determinación de jurisdicciones de administración y gobierno y al relevamiento inventarial del territorio del estado (Alliès, 1980: 53). A cada grado de organización institucional del estado correspondieron, en cierta medida, avances respecto al mero carácter alegórico de las representaciones involucradas (Jacob 1992, 355).
A mediados del siglo XVI estarán dadas la condiciones político institucionales y técnico científicas para la incorporación definitiva de las representaciones cartográficas como instrumentos de proyección, gestión burocrática-administrativa y control territorial del poder estatal en los estados de Europa Occidental.
La Inglaterra de los últimos Tudor (Eduardo VI e Isabel I) y la Francia de los últimos Vallois, recibirán el impacto del comienzo de la expansión colonial ultramarina en el comercio y la administración pública (Barber 1987, 58; Buisseret 1987, 103-105). Esto redundará directamente sobre la producción cartográfica, ya que podrá constituirse en una empresa más accesible a fondos privados o mixtos que garanticen el financiamiento, no sólo de la impresión y edición gráfica , sino además de las acciones de relevamiento, crítica documental y representación cartográfica.
Si bien en un principio la corona inglesa no pudo ofrecer un verdadero patronazgo Real por el conflicto con el Imperio Español (Barber 1987, 58 59), contrariamente a Francia donde Catalina de Medicis sí garantizó un apoyo sostenido a las aventuras expansionistas en América (Buisseret 1987, 106) a partir de 1580 aproximadamente, la política de ambas monarquías emulará a las Ibéricas, entrando en directa competencia con ellas en el campo de la exploración y expansión territorial ultramarina (Heawood 1965, 1 3).
El desarrollo del capital mercantil se asociaba directamente con las necesidades de expansión, por un lado para obtener nuevos mercados de materias primas y por el otro porque su propia actividad económica dinamizaba la estructura productiva de los Estados Absolutistas en plena consolidación, mejorando así las posibilidades concretas de recaudación fiscal centralizada. También la monarquía debió articular los costos de la expansión ultramarina asociados a la efectiva dominación y delimitación de su territorio, con herramientas catográficas de evaluación de los gravámenes y tasas tributarias que sostuviesen el costo burocrático y de corte de sus estructura institucional.
En función de estas breves consideraciones puede comprenderse a qué se debió en gran medida el desarrollo, durante el período, de una activa política de promoción de la cartografía administrativa e inventarial de los territorios metropolitanos.
Precedidas por las tareas de catastro y control del agua y las obras de canalización en Venecia y, en menor medida, en Milán y Florencia y los Estados Papales (Marino 1987, 6-11), Inglaterra y Francia asistirán a una verdadera oficialización de las prácticas cartográficas.
Partiendo del gran Atlas de Saxton publicado en 1579 donde se describe el territorio británico en unidades de agregación (centenas) que se oponen a las diócesis tradicionalmente utilizadas hasta la fecha (Barber 1987, 65) el Ministro de Isabel I Burghley y los principales funcionarios de la burocracia estatal, comenzarán a utilizar sistemáticamente las informaciones sobre densidad poblacional urbana, localización de grandes propiedades y comunicaciones (Barber 1987, 75/79) para organizar las tareas de imposición fiscal y el cálculo de los recursos del reino (Barber 1987, 79 81). Esta actitud se institucionalizará definitivamente con la implementación del “Great Survey” ordenado por Jaime I en 1607 destinado a producir un detallado relevamiento catastral del patrimonio territorial de la Corona. Si bien este proyecto no prosperó por motivos no del todo investigados hasta la actualidad (Barber 1987, 81), las necesidades político-administrativas y fiscales que animaron su producción se cristalizaron en la Fundación del “State Paper Office” en 1610 (Barber 1987, 83) que será la primera oficina de control técnico de la información cartográfica de los dominios reales.
Del otro lado de la Mancha, los problemas principales serán similares, orientándose fundamentalmente a la regulación del señorío de Bando a través de la construcción de una justicia jurisdiccional centralizada y la instrumentación de políticas planificadas de ordenamiento económico y fiscal (Buisseret 1987, 99). Catalina de Medicis, verdadera responsable de gran parte de las decisiones políticas de sus distintos hijos a cargo del trono de Francia en la segunda mitad del siglo XVI, encargará a Nicolas de Nicolai señor de d’Arfeuille la elaboración en 1560, de un relevamiento cartográfico general de las provincias del reino. Obviamente, las razones que la animaron a ordenar sus realización, estaban estrechamente relacionadas con la emulación del trabajo de Saxton en Inglaterra; aún así, el atlas de Nicolai nunca fue terminado quedando las partes realizadas en estado de manuscrito (Buisseret 1987, 106).
Independientemente de diferentes proyectos llevados adelante hasta la muerte de Catalina de Médicis en 1589, sólo se encontrará una firme política destinada a oficializar las actividades científicas y técnicas de tipo cartográfico a partir de la colaboración de Sully durante el reinado de Enrique IV (1589-1610). En efecto, éste impulsará la producción cartográfica (Buisseret 1987, 112) con fines de planificación del equipamiento infraestructural del reino y para contribuir a la distribución de las fortificaciones defensivas y guarniciones militares en el territorio (Dockès 1969, 26-28). Habrá que esperar hasta el período de Richelieu, para encontrar una verdadera política geográfica cuyo acontecimiento principal fue el encargo del Cardenal al ingeniero y cartógrafo Nicolás Sanson en 1524 para elaborar un mapa de Francia en treinta cartas (Buisseret 1987, 113). Este mapa a gran escala, incorporó por primera vez en Europa la discriminación temática de representaciones cartográficas (Buisseret 1987, 117), rompiendo con la imágenes totalizadoras donde el mapa continuaba siendo, además de útil técnico, un elemento de visualización simbólica de la figura geográfica del territorio estatal.
En los dos casos descriptos hasta aquí, la voluntad de las monarquías por obtener información localizada de detalle sobre los patrimonios existentes en sus territorios, chocó con la oposición de los poderes señoriales locales y regionales que se negaban a entregar los datos necesarios o a colaborar en la realización de las encuestas en sus dominios particulares (Barber 1987, 80 81; Buisseret 1987 106).
Unicamente la monarquía española, quizás por la férrea política centralizante implementada luego de la derrota de los comuneros en 1520 1522 , logrará hacia 1577 producir un mapa completo de la península (el cual formaba parte de un atlas elaborado inicialmente por Pedro Esquivel y completado luego por Diego de Guevara a pedido de Felipe II). Este último, puede ser considerado la obra cartográfica unitaria más exacta geodésicamente y con mayor incorporación de información por unidad de superficie y cobertura geográfica de todo el período (Parker 1987, 130 131). Posteriormente a la derrota de la Armada Invencible y al comienzo de la decadencia española, sus monarcas y ministros se limitaron a pagar los servicios de especialistas extranjeros quienes, a partir de entonces, serían los encargados de producir la mayor parte de la cartografía administrativa y político jurisdiccional del Reino. Sin embargo, las monarquías ibéricas continuaron reservándose, en la medida de lo posible, el inventario y relevamiento de sus posesiones coloniales (Parker 1987, 145).
Un ejemplo interesante para contraponer a los tres anteriores, es el de la Monarquía Habsburgo Austríaca, ya que permite observar con mayor claridad la relación entre centralización del poder estatal y características adoptadas por la cartografía promocionada o directamente financiada por el estado.
A diferencia de los otros Estados Absolutistas, Austria se organiza en función de alianzas militares y dinásticas entre príncipes que daban a la estructura estatal un régimen muy parecido a las dependencias de subordinación feudales. La monarquía no podía centralizar la producción cartográfica que quedaba, entonces, en manos de los poderes regionales, logrando impulsar solamente figuras del territorio necesarias para una tardía construcción de su autoimagen como sujeto de la dominación política, donde se expresaban simultáneamente sus pretensiones de exclusión e inclusión territorial (Vann 1987, 153 154). En consecuencia, los límites geográficos eran ideológicos y no jurisdiccionales en la cartografía austríaca producida durante el fin del Renacimiento, siempre asociados al concepto de Principado y no de Estado Central (Vann 1987, 158 159).
El proyecto de pensar el mundo desde una perspectiva que se aparta de todas la visiones posibles de un observador terrestre (Lestrignant 1992, 36) y que se desplaza del viaje imaginario sobre las cartas de la antigüedad, al viaje real sobre los mares y las tierras desconocidas que la razón ha permitido pensar como posibles, es el contrapunto de la idea de proyectar la figura personal del monarca y el ejercicio de su poder sobre imágenes que expresan las dimensiones empíricas de los territorios donde efectivamente ejercerlo (Jacob 1992, 407).
Desde mediados del siglo XVI, el descubrimiento y la cartografía se fundirán en un proyecto que ya era viejo antes de nacer, “la cosmografía, cuya renovación es contemporánea de los grandes descubrimientos, paradójicamente se desarrolla en el momento donde el estado del mundo podía transformarla en obsoleta” . La Cosmografía Renacentista intentará sobreponer sus imágenes cada vez más estandarizadas y cada vez menos picturales y más comprometidas con el arte de situar, a la imagen de un mundo donde la idea de totalidad se transmitía didácticamente en la articulación perfecta de las diferentes dimensiones de la realidad; que como tal, podía ser figurada en representaciones cartográficas cuyo objeto no pretendía ser geográfico, sino exclusivamente la imagen de la revelación (Lestringnant. 1991, 35)
Todos los monarcas europeos en el siglo XVI incorporaron “cosmógrafos” que representasen, leyesen y describiesen gráficamente el mundo y los territorios del estado. En Francia: Thevet al servicio de Enrique II y Carlos IX, Nicolaï y Hamon en la corte de Catalina de Médicis, Tassin ingeniero geógrafo de Enrique IV, Sanson y Tassin al servicio de Richelieu, Duchesne en la corte de Luis XIII; en Inglaterra: Gabot contratado por Enrique VII, VIII y Eduardo VI, Hakluyt, Ralph y Robert Treswell y Cristopher Saxton al servicio de Isabel I, Jhon Speed como cartógrafo de Jaime I; en España: Diego de Riveiro, cartógrafo y Cabot Piloto Mayor de Carlos V, Giacommo Gastaldi, Alonso de Santa Cruz, Pedro de Medina, Juan Bautista Lavanha, Juan López de Velazco en la corte de Felipe II y en Portugal Pedro Nunes contratado por Juan III. Esto no indica que los conocimientos aportados por la exploración oceánica y el relevamiento de las comarcas de cada estado europeo se acumulasen principalmente en las diversas obras de estos sujetos; en realidad, la difusión y el refinamiento de las técnicas de medición, proyección y dibujo cartográfico, tuvo como principales exponentes a mediados de siglo serán los trabajos de Ortelius, Mércator y Gastaldi, que se articularán con la obra de cosmógrafos como Sebastián Münster (Broc 1980, 75 84) y sus continuadores (Broc 1980, 85 97), siendo los principales centros de difusión y desarrollo técnico de la impresión, inicialmente el norte de Italia, luego el sur de Alemania y los Países Renanos y, finalmente, Flandes (Broc 1980, 121 132; Jacob 1992, 87 96).
El conjunto de las técnicas desarrolladas para ajustar las representaciones planisféricas a la figura esférica de la tierra y la búsqueda de un alejamiento neutral aunado a la pretensión de un inventario exhaustivo de todos los lugares de la tierra, buscaban garantías epistemológicas y prácticas de neutralidad valorativa y de utilidad. Por lo tanto, se pensaban como instrumentos de ejecución pragmática de la política y la administración del estado y no de prescripción simbólica de la dominación real. En este sentido, la paulatina ruptura entre cosmografía renacentista y corografía y topografía podría ser considerada el aporte fundamental del descubrimiento a la modernización del poder estatal. Tal ruptura significó un cambio de escala decisivo desde donde construir institucionalmente las normas territoriales de la administración y la justicia, y la delimitación y descripción sistemática del patrimonio Real.
El relevamiento y la representación instrumental del territorio del estado correspondientes a la cartografía administrativa y científica de los siglos XVII y XVIII fueron posibles por el desarrollo, en el Renacimiento, de las técnicas cartográficas producidas a raíz del doble descubrimiento, por un lado, y de la transformación del poder estatal eminente en jurisdicción geográfica, por el otro.


3- Relevamiento, inventario y descripción: la neutralización cartográfica del territorio estatal en los siglos XVII y XVIII

Durante la primera mitad del siglo XVII, el principal centro de diseño, elaboración e impresión cartográfica se trasladará al nuevo estado de las Provincias Unidas (de Vrij 1967), organizado a partir de la revuelta independentista de 1468 1569 en el sector norte del Flandes Español (las siete provincias secesionistas encabezadas por Holanda y Zelanda). Este nuevo estado, basado en la autonomía de la burguesía media y caracterizado por una clara política económica liberal, contará durante más de dos siglos (el lapso comprendido entre la Unión de Utrech en 1579 y la República Batava en 1795) con un gobierno descentralizado administrativamente y amplia libertad política, religiosa y comercial (Wallerstein 1980 83 93).
Si bien durante los primeros treinta años la vida de las Provincias Unidas estuvo signada continuamente por el enfrentamiento militar con el poder Habsburgo, el desarrollo de la actividad mercantil, agrícolo intensiva e industrial, la ubicó, para el fin del siglo XVI, a la cabeza de los estados europeos. Durante el período de alrededor de setenta años en el cual gozaron de la hegemonía en la economía del mundo capitalista (Wallerstein 1980, 51), los holandeses construyeron un imperio ultramarino que se superpuso y amplió las posesiones portuguesas en el Atlántico Sur y el Indico, consolidando además su posición privilegiada en el comercio con el Levante y Europa Septentrional (Wallerstein 1980, 63 73) .
Si bien durante este primer período Inglaterra y Francia también promovieron una política más modesta de expansión hacia los nuevos mundos, tanto en Oriente como Occidente (Chaunu 1973, 207 214), es indudable que esto se hizo sobre la base del espacio abierto por las empresas marítimas holandesas, del “escudo naval” proporcionado por ellas (Parry 1967, 204).
Es importante destacar de qué manera el liberalismo económico, la tolerancia religiosa y la descentralización administrativa que caracterizaron a la sociedad y la cultura en las Provincias Unidas, dieron a las formas pictóricas y cartográficas de representación del mundo y del territorio del Estado y sus particularidades geográficas, un grado de difusión popular y de articulación entre representación visual y capacidad de transformación y control del paisaje no autoritaria, que será muy diferente a la relación estrecha que se establecerá entre cartografía, administración y gestión del territorio en los principales estados absolutistas durante la modernidad (Alpers 1983, 90 91).
La distinción conceptual entre la representación cartográfica y la pintura descriptiva propios de Holanda durante la primera mitad del siglo XVII, difícilmente pueda trazarse de manera precisa, en la medida en que suponían una mirada común sobre la realidad, para la cual la distinción entre superficie de registro de información codificada (cartografía) e ilustración de escenas locales y exóticas era muy sutil o directamente inexistente (Alpers 1983, 84). Lo importante en Holanda no eran los hombres sino la tierra (Alpers 1983, 88) y esta importancia de la tierra como lugar construido por la sociedad, reunía en un mismo discurso la composición pictórica y el objetivo descriptivo (Rees 1980, 62) a través de un recurso de representación que encontraba, en la escena gráfica y no en el relato, la posibilidad de dar cuenta de manera eficaz la descripción visual de la experiencia real y no imaginada del paisaje (Gombrich 1966, 107 121). Esta dificultad no resultó de una falta de rigurosidad en la aplicación de conocimiento geométrico, geodésico y topográfico en la producción cartográfica, ni tampoco de una pérdida en la capacidad de comunicación artística y significación estética de las obras pictóricas, sino de un efecto realista donde el arte y la ciencia se fundían tras el propósito de expresar, de la manera más completa, la visualización del mundo cercano y distante, para poder dominarlo y transformarlo (Alpers 1983, 87).
Indudablemente, una sociedad donde el poder señorial era sumamente débil, donde el racionalismo sustentaba una idea de progreso basada en el desarrollo de las capacidades individuales y en una austera moral del trabajo (Wallerstein 1980, 90 93), y donde fundamentalmente la propiedad funduaria no dificultaba el relevamiento sistemático del terreno, sino que, por el contrario, lo promovía -no como acto de figuración del señor y sus posesiones sino como descripción e inventario de los recursos localizados-, tendría que poder superar el uso de la representación cartográfica en términos estrictamente emblemáticos, ya sea en el plano de la propaganda, la autoidentificación del monarca y el control del territorio, o en el plano de la administración y el gobierno del Estado (Alpers 1983, 90).
La participación colectiva de los distintos estratos de la sociedad holandesa en un marco de continuo crecimiento económico y desarrollo intelectual, dio al lenguaje visual un rol preponderante en la transmisión de la experiencia y del conocimiento sistemáticamente producidos que, como se dijo, diferirá sustancialmente del resto de los estados europeos de la época.
En efecto, el liberalismo que caracterizó los emprendimientos ultramarinos y su impacto sobre el capitalismo naciente en las Provincias Unidas, masificaron el uso de la cartografía, dotándola de capacidades de representación descriptiva, inventarial y analítica del mundo y de las comarcas metropolitanas, no sólo para los agentes del poder estatal sino para la mayoría de la población (Alpers 1983, 97). El más alto nivel en las técnicas de recolección de la información y de representación visual de los datos topográficos y geodésicos se asoció a una detallada y expresiva técnica pictórica de visualizar e interpretar la realidad, con la cual los burgueses, gentilhombres y el pueblo en general podían abordar la realidad y posicionarse en ella.
El estado, sin lugar a dudas, sostuvo la actividad cartográfica, no sólo para llevar adelante las obras de ordenamiento territorial y el seguimiento de las transformaciones infraestructurales sobre su jurisdicción geográfica europea y colonial, sino indirectamente -y quizás ésta fue la manera esencial- por intermedio de la protección a los empresarios holandeses (Wallerstein 1980, 84 85) y la organización de instituciones de respaldo social y colectivización de servicios, destinadas a soportar las penurias del rápido crecimiento de la población y su transformación en sociedad civil (Klein 1969, 9).
Desde los grandes atlas de Mercator y Hortelius a principios de siglo hasta los de Blaeu en 1636 y 1663, pasando por el inventario de ciudades del civitates orbis terrarum de Braun y Hogemberg entre 1572 y 1617, la cartografía siguió un camino paralelo y articulado con la obra pictórica corográfica de Goltzius, Koninck, Van Goyen, Ruisdale o al tratamiento sincrético de Breugel donde las imágenes paisajísticas se sitúan en un espacio ilimitado, en el que la especie humana es una carta. La cartografía y la pintura se fundirán finalmente en panoramas urbanos vistos desde un observador aéreo como la “Vista de Amsterdam” de Micker o el “Panorama de Amsterdam, su puerto y el Ij” de Ruisdael.
La modernización del poder estatal holandés se concretizó materialmente en la literal producción de su territorio estatal e, intelectualmente, en la socialización de los recursos técnicos y estéticos con los cuales apropiarse científica y artísticamente la realidad geográfica y lograr su representación visual (Bann 1990 200-203).
La descentralización estatal y el liberalismo trasladaron la cartografía a la esfera de la ciencia y del arte sin marcar claras diferencias entre sí (Alpers 1983, 78); la “subversión cartográfica”, considerada como una ruptura del especialista con las representaciones utilitarias de aritmética política promovida por los Estados Absolutistas Modernos (Alpers 1983 ; Taylor 1989, 144 145; Helgerson 1986; Harley 1988, 303; Dematteis 1985, 63 67) no fue necesaria, ya que el poder estatal estaba articulado con su modernización política y social desde la sociedad civil y no exclusivamente desde la soberanía del monarca.
Distinta va a ser la situación de las otras dos potencias del período, Francia e Inglaterra; en ellas, se desarrollará una paulatina desmembración del proyecto cartográfico renacentista, que situará en la esfera científica del pensamiento ilustrado a la “Geografía” y en la esfera técnica de la administración y el gobierno del estado a los saberes cartográficos.
Si el Mercantilismo, como afirma Heckscher, nunca fue una doctrina económica claramente individualizable ni un programa de desarrollo económico unitario en su aplicación, su conceptualización más bien debería buscarse en las distintas organizaciones institucionales que, durante los siglos XVII y XVIII, dieron un sesgo inconfundible a la hacienda pública y a la política de gobierno como herramientas de acumulación de riquezas en los estados absolutistas de Europa Occidental (Heckscher 1931, Introduction).
Tales organizaciones institucionales se dirigieron a la producción de un ámbito geográfico para el monopolio comercial, para lo cual fue preciso derrumbar las relaciones jurisdiccionales de dependencia personal y de subordinación feudovasallástica del período medieval, y este derrumbe sería orquestado de acuerdo a distintas vicisitudes históricas por un poder político centralizado que se concretizó en los aparatos burocráticos estatales .
Dos aspectos, sin embargo, deben ser resaltados: en primer lugar, la preeminencia de los procesos de unificación del ámbito geográfico bajo dominio de la Monarquía y, en segundo lugar, la implantación de un conjunto de normas administrativas, judiciales y económicas cuya base de ejecución fue la homogeneización del territorio estatal y la delimitación de jurisdicciones de competencia exclusivas subordinadas al poder central (Heckscher 1931, Cap. V1 ; VII 1; Alliès 1980, 29 37/101 108).
Está claro, entonces, que la relación entre la producción de riqueza y el monopolio territorial, jugó un papel clave en la política mercantilista y que, por lo tanto, las relaciones entre el “espacio” y el pensamiento económico de la época fueron aspectos privilegiados de la acción administrativa y económica del estado (Dockès 1969 17).
En este contexto, y salvando la relativa excepción de las Provincias Unidas donde el Liberalismo se impuso al Mercantilismo justamente por la ausencia de una necesidad de construcción y centralización del poder estatal monárquico, las formas de representación cartográfica del territorio destinadas a dominarlo políticamente y gestionarlo administrativamente, se fueron constituyendo lentamente en maquinarias oficiales de aritmética política con las cuales los monarcas absolutistas pudieron conocer su patrimonio y proyectar sus iniciativas con cierto realismo y eficacia institucional (Dematteis 1985, 61).
Indudablemente, tal proceso no fue uniforme en sus propósitos, en sus resultados, ni en sus alcances, ya que estuvo en todo momento articulado a las condiciones heredadas del Medioevo y la arquitectura social y político institucional de cada estado.
Inglaterra, durante el Medioevo Tardío, había sido probablemente el estado con mayor nivel de centralización del poder político (Anderson 1979, 110 111); desde esta situación inicial emergería luego del reinado de Enrique VIII con un nivel de concentración del poder y organización administrativa centralizada importante (Elton 1953, 160 427; 1955, 160 175), aunque manteniendo una articulación con los poderes señoriales, de la Gentry comercial y de los Yeoman muy consolidados (Harris 1963; Coleman, Starkey 1986). En este escenario institucional, se instauró un prematuro Mercantilismo correspondiente a la gestión ministerial de Cronwell en la primera mitad del siglo XVI, primer intento que se irá transformando durante el gobierno isabelino y de los Estuardo en un liberalismo promocionado y protegido por el estado, el cual, ya a mediados del siglo XVII, entrará en competencia con el holandés, suplantándolo finalmente en el último cuarto de siglo (Wallerstein 1980, 98).
Esta inicial centralización del poder monárquico inglés permite comprender por qué en este país se pudo desarrollar tan tempranamente una rudimentaria cartografía de representación de los territorios bajo soberanía eminente del estado feudal, cuyo ejemplo más representativo fue el “Gough map of England” del siglo XIII, y llegar a producir en Europa el primer inventario cartográfico exhaustivo de las posesiones territoriales Regias realizado por Saxton en 1574.
Paralelamente a esta tradición de usos alegóricos y gubernamentales de la cartografía, Inglaterra se caracterizó, durante la segunda mitad del siglo XVI, por la proliferación de productos de representación visual y relatos descriptivos de sus comarcas y del mundo, elaborados desde una perspectiva patriótica y naturalista (Cormack 1991a), que se plasmaron en diferentes tipos de textos impresos destinados a la exposición de los descubrimientos, descripciones corográficas regionales y tratados de astronomía, cosmografía y navegación (Livingstone 1992, 74 83). Estos textos hicieron su aparición sobre un trasfondo epistemológico creado por la íntima relación entre ciencia, magia y astrología que caracterizó el abordaje de la temática por autores como Jhon Dee, Cuningham, Blundeville y Recorde, en los albores de las ciencias baconianas en la Isla (Livingstone 1992, 74 83). Un lugar destacado le cabe además a la literatura de compilación sobre viajes, cuyos principales exponentes fueron Richard Hakluit y Walter Ralegh, esta astaba dirigida a la exhortación política respecto de los derechos británicos sobre América del Norte, textos que se constituirán en el primer antecedente de trabajos geográficos con propósitos patrióticos montados sobre un discurso expansionista colonial (Cormarc 1994).
La reforma protestante moderada primero y la reacción puritana posterior, posibilitaron el desarrollo de nuevas modalidades discursivas desde una visión del mundo que privilegiaba, tanto el conocimiento empírico de la diversidad natural, cultural y social (Livingstone 1992, 88 92), como su asociación teológica con la doctrina de la predestinación. Así, en el marco de la Iglesia Reformada Alemana, autores como KecKermann y Varennius, influenciaron sobre Nathanael Carpenter, para quien la representación verbal y cartográfica de la geografía empíricamente reconstruida fue la expresión de la armonía y la perfección de la obra del creador (Baker 1928).
La rápida formación de una clase burguesa comercial a partir del siglo XVII, el triunfo de los poderes del parlamento y con ello una distribución del poder entre los distintos estamentos de la sociedad inglesa, se cristalizó constitucionalmente luego de la revolución en la década de mil seiscientos cuarenta (Anderson 1979, 140 141); esta situación le otorgó a la monarquía inglesa un carácter menos centralizador, matizado además por el efectivo límite jurídico impuesto a su poder. En este escenario, el cultivo de la geografía como saber independiente de las necesidades de estado, y asociada a ella la cartografía como herramienta científica de descripción del mundo (Bowen 1981, 104-106), encontraron una base propicia para su desarrollo. En muchos aspectos, esta situación se asemejó a Holanda; mientras que, en cambio, las dos prácticas aludidas mantuvieron una existencia bastante paralela respecto de la cartografía destinada a la administración pública y a la figuración monárquica, adecuándose así a la dualidad de los poderes existentes en el reino.
Hasta cierto punto, podría pensarse que el desarrollo de la geografía científica inglesa estuvo ligado a la necesidad de elaborar amplios inventarios territoriales para que la ciencia experimental pudiese avanzar luego sobre ellos. Tales inventarios precisaban, además, formas de sistematización del relato y medios técnicos apropiados para dotar de la mayor exactitud a la localización de la información geográfica (Bowen 1981, 104 106).
En este contexto cognitivo, el desarrollo de saberes geodésicos y topográficos, junto a las técnicas de representación cartográfica, se asociaron fácilmente, durante la segunda mitad del siglo XVII y el siglo XVIII, a la construcción de una cartografía de tipo fiscal, económica, judicial y administrativa (Fordham 1929; Alliès 1980, 54), sin precisar totalmente del patronazgo ni del control oficial Real (Cormark 1991b), como mayoritariamente había sucedido y sucedería del otro lado del canal.
En el caso de Francia, por el contrario, el estado que surgirá luego de la gestiones sucesivas de Richelieu primero y Mazzarino después, tendría un carácter fuertemente centralizador, el cual se había estructurado por medio de la coacción directa llevada adelante en la primera mitad del siglo XVII sobre los diversos poderes territoriales establecidos.
Las innumerables prerrogativas feudales y municipales, las jurisdicciones fiscales de los Intendants y la circunscripciones hereditarias de justicia de los Officiers se habían ido metamorfoseando desde el siglo XIV, resultando en una superposición de funciones y competencias apropiadas, en distinto grado, por la monarquía, los poderes locales y regionales y las burocracias de Robe (Alliés 1980, 107, 153 156; Anderson 1979, 96 98), situación que le otorgaba al mapa institucional y administrativo de Francia un aspecto policromático y hasta caótico, reflejo en gran medida de las dificultades del poder dinástico para unificar el País en torno suyo y poder ejercer el dominio efectivo sobre su territorio.
Este estado centralizado ya desprovisto casi por completo de controles legislativos, va a ser heredado por Luis XIV en 1661 y radicalizado en sus aspectos más autoritarios, como el silenciamiento de los parlaments en 1663, la instalación de guarniciones militares en las alcaldías de las Bonnes Villes, los tribunales reducidos a la obediencia y la obligación para la alta nobleza de residir en Versailles, exigencia ampliada, en muchos casos, para los titulares de los gobiernos provinciales (Anderson 1979, 97). Por todas estas razones, el Estado francés no tardó en convertirse en el modelo de Estado Absolutista Europeo durante el período posterior.
Fue en Francia donde el Mercantilismo se constituyó orgánicamente en una doctrina de estado capaz de impulsar la reforma del patrimonio institucional y normativo de la Monarquía; imprescindible para obtener los fondos necesarios para la autonomización de su poder soberano y garantía institucional de la apropiación completa de su patrimonio territorial eminente (Revel 1989, 124).
El surgimiento de saberes geográficos no oficiales, como en Inglaterra durante la primera mitad del siglo XVII, tuvo un carácter mucho más periférico, ya que estaba ligado básicamente a la divulgación de conocimientos no actualizados o de carácter sumamente general y a los de tipo cartográfico descriptivos, cuyos principales exponentes fueron los atlas de Le Clerc (con varias ediciones entre 1619 y 1632), el de Melchior Tavernier (reeditado entre 1634 y 1637), los de Tassin, Nicolás Nicolaï o Guillaume Sanson; aunque estos últimos ya más ligados al patrocinio estatal de sus autores (Pastoureau 1980). El “amor al mapa” (Revel 1989), corroborado en la amplia difusión de los atlas antes mencionados, además de numerosas descripciones regionales, guías de viaje e itinerarios (Revel 1989, 151), contrastará con la “Géographie du Roi” centrada en la exaltación de la expansión del poder monárquico, la naturalización del territorio y el inventario sistemático de sus recursos naturales y humanos (Dematteis 1985, 57 59).
Las desmesurados objetivos reformistas del Mercantilismo francés, enfrentados a una formación social que aún no había resuelto de manera satisfactoria las contradicciones entre un estado que ejercía el dominio político implacablemente pero no había consolidado las bases sociales de la centralización administrativa, difícilmente pudiera prescindir de instrumentos cartográficos descriptivos que fuesen aptos para una gestión sistemática del territorio a diferentes escalas y que, por lo tanto, no sólo sirviesen como elementos de interpretación genéricos de la figura geográfica del reino y de sus principales atributos localizados (Revel 1989, 146), sino principalmente como fundamento empírico para el cálculo de estrategias de intervención política y administrativa (Revel 1989, 152).
La ciencia francesa, ya embarcada en el paradigma baconiano, no compartirá totalmente, como su contemporánea inglesa, el impulso del capitalismo naciente y la formación de una esfera económica y política autónoma en la sociedad civil. La ciencia “Pour la Gloire du Roi”, unificó en un mismo proyecto el conocimiento científico geográfico y la producción cartográfica oficial (Broc 1974, 23 24). A partir de esta estatización del conocimiento científico y tecnológico ligado a la producción cartográfica, el avance de las técnicas de mensura geodésica, las condiciones materiales de registro topográfico y los sistemas de representación gráfica de la información, sufrirán el impacto de los costos de oportunidad de proyectos, que, en la mayor parte de los casos, se encontraban estrictamente ligados a la construcción del territorio estatal y a su gestión burocrática centralizada (Brown 1949, 244 245).
A partir de 1670, Inglaterra fue suplantando progresivamente a Holanda en la hegemonía dentro de la Economía Mundo. Durante este período, existió una clara competencia interimperialista entre Londres y París por la cooptación de nuevos mercados ultramarinos y la ampliación de sus posesiones coloniales (Wallersteim 1980, 342). Esto se prolongó hasta la victoria de Inglaterra en la guerra de los siete años (1756-1763) que culminó con la ocupación británica de Quebec y las posesiones francesas en la India y Asia Sud Occidental,
El tipo de empresas de conquista emprendidas por ambas potencias y anteriormente por Holanda no estaba dirigida exclusivamente a objetivos de expoliación de los territorios ocupados, sino que se articulaba más firmemente con el desarrollo de colonias de población y la organización de circuitos productivos de materias primas necesarias para el crecimiento capitalista en Europa Occidental (Wallerstein 1980, 376-383).
En este sentido, desde mediados del siglo XVIII, el conocimiento y la exploración de los nuevos mundos no se centraría exclusivamente en el relevamiento de su figura cartográfica y una descripción ecléctica de sus existencias naturales y humanas -como en general había sucedido durante el Renacimiento-, sino en la sistematización inventarial, clasificación e interpretación científica de los datos aportados por el descubrimiento, situación que involucraría definitivamente a la ciencia empírica en la exploración, explotación económica y apropiación política de la diversidad del mundo (Goetzmann 1986; Broc 1974; Heawood 1965). Los viajes de Cook entre 1768 y 1780, Bougainville en 1766, la Pérouse entre 1785 y 1788 y un vasto número de empresas similares de porte menor que en el lapso de medio siglo ampliaron considerablemente la superficie conocida de la tierra (un veinticinco por ciento según Walter Behrmann: Dumbar 1985, 51 52) y que fueron sustentadas económicamente tanto por las potencias dominantes del período (Inglaterra y Francia) y, en menor medida, por Rusia, Escocia y España , permiten considerar a este período como la segunda era de los descubrimientos. El carácter distintivo de estas nuevas empresas exploratorias fue la interrelación entre propósitos imperialistas y científicos, y eso llevó a que el dominio de la naturaleza y el dominio territorial se unieran en la política colonial del siglo XVIII, transformando a los sistemas de registro de la información (verbales, estadísticas y gráficas) en herramientas neutras de recolección, inventario y representación (Berthon, Robinson 1991).
Consecuentemente con una política mercantilista dirigida a aumentar los ingresos de divisas a las economías nacionales e impedir con aranceles proteccionistas su salida, la expansión ultramarina fue una de las empresas fundamentales para sostener el estilo de crecimiento de las potencias europeo-occidentales durante los siglos XVII y XVIII, pero esta política exterior sólo podía fructificar si el mercado interno -y con ello la economía estatal- lograba desarrollarse efectivamente y de manera unificada. Tal proceso de desarrollo no podría haberse logrado sin la construcción de los medios infraestructurales para garantizar las condiciones de producción y consumo y sin los medios fiscales y administrativos para solventar y gestionar las obras portuarias de vialidad, canalización y comunicación postal necesarias (Dockès 1969, 20).
Entre 1713 y 1716 se institucionaliza en Francia la administración de Ponts et Chaussées y en 1747 se fundará la Ecole des ingénieurs des Ponts et Chaussées (Dockès 1969, 209) sobre la base de los trabajos realizados en tiempos de Enrique IV por los cuerpos militares de los Ingénieurs du Roi y Marechaux des Logis (Buisseret 1964), uno de cuyos principales exponentes será Sebastien le Preste Vauban (1633 1707) (Gottman 1944). Esta institución tendrá a su cargo, a partir de la fecha, la planificación, proyección, construcción y supervisión de las obras viales y de canalización imprescindibles para el mejoramiento de la circulación en el reino, produciendo abundante cartografía topográfica de detalle en relación directa con las obras realizadas (Lepetit 1984). También desde mediados del siglo XVII se produjeron encuestas y trabajos de interpretación estadísticos como los encomendados por Turgot en 1634 y 1664 y el primer censo de población realizado con motivo de la introducción del impuesto por capitación en 1694, siguiendo la propuesta de Vauban en La Dîme Royale (Revel 1989, 125).
En relación probablemente con la información ya elaborada, se vio florecer un género descriptivo compuesto por monografías regionales con apoyatura estadística (Broc 1975, 419). Ambas modalidades, la estadística y la “regional”, constituyeron estrategias para representar cuantitativa y cualitativamente la diversidad geográfica del reino, a fin de poder contar con útiles descriptivos de “aritmética política” (Revel 1989, 125), con los cuales orientar las distintas acciones de gobierno y administración pública. Este conjunto de actividades técnicas e intelectuales no se hubieran sostenido sin una agresiva política de normatización y homogeneización fiscal, aduanera y judicial del territorio (Alliès 1980, 164 165) que desde la época de Enrique IV será encarada por Sully, Richelieu, Mazzarino y, ya con mayor profundidad, Colbert y los diferentes ministros de los soberanos borbones hasta Turgot.
En Inglaterra, en cambio, una política más descentralizada y menos estatista en el campo de las obras públicas y la gestión del territorio tuvo su correlato en la concesión de las Turnpike Roads, rutas de peaje a cargo de Trust privados bajo el control de los County (Albert 1983). Los trabajos de estadística social comenzarán a desarrollarse con ímpetu a mediados del siglo XVII a partir de los ensayos de William Petty sobre aritmética política publicados entre 1676 y 1787 (Gottmann 1973, 63) y un conjunto de actividades oficiales cartográficas y de supervisión local como las del general William Roy y el Duque de Richmond, que sentarán las bases durante el siglo XVIII para la fundación del Ordenance Survey en 1791 (Gardiner 1977; Skelton 1962). En realidad, a lo largo del siglo XVII, los trabajos ingleses de descripción estadística estarán más asociados con las obras de tipo corográfico o más generales de historia natural, que ampliamente podrían ser encuadrados en la teología natural y el Geopietismo (Livingstone 1992, 105-115).
En su conjunto, la exploración externa y el reconocimiento interno, llevados adelante por lo estados absolutistas inglés y francés, promovieron la actividad científico-técnica y, a la inversa, el progreso de esta actividad posibilitó la aceleración de la expansión ultramarina la consolidación de los estados territoriales modernos.
Tanto en Inglaterra como en Francia, se fundaron instituciones de promoción científica con patrocinio estatal; en el primer caso, fue la Royal Society y, en el segundo caso, la Academie des Sciences, el Jardin du Roi, el Observatoire Royal y la Academie des Inscriptions (Broc 1975, 15 22; Livingstone 1992, 125 126). De ellas partieron, en la mayor parte de los casos, las iniciativas para la realización de los principales proyectos de relevamiento, sistematización e inventario de los datos aportados por la exploración ultramarina y la mayor parte de los orientados al relevamiento del territorio estatal.
Los saberes incorporados a estas instituciones pugnaban por una ruptura cognitiva entre la ciencia para el estado y la ciencia para el conocimiento per se(Dematteis 1985, 59). Tal tensión entre propósitos prácticos e intereses intelectuales se evidenció también en el marco de los medios de representación cartográfica del período (Gallois 1909). Paulatinamente, se iría escindiendo una disciplina cartográfica estrictamente neutral y abstracta, cuya individualización se relacionaba, desde el punto de vista epistemológico, con el argumento de que el conocimiento del espacio sería el “resultado de un trabajo científico donde las aplicaciones no estarían dirigidas automáticamente hacia fines políticos” y, desde un punto de vista metodológico, por el mayor nivel de complejidad teórica e instrumental de las técnicas geodésicas, topográficas y cartográficas utilizadas (Brown 1949, 245 247).
Un ejemplo ilustrativo de este estado de cosas podría ser la trabajosa elaboración del mapa de Francia durante casi cien años. En 1663, el ministro de finanzas de Luis XIV, Turgot, encargará a la Académie des Ciences de París con el apoyo del Observatoire, la elaboración de un mapa del reino a gran escala, lo más preciso y exhaustivo posible, con el cual poder planificar y gestionar su política de desarrollo centralizada (Brow 1949, 244: Revel 1989, 146; Broc 1975, 418; Alliés 1980, 58).
Luego de obtenido un protocolo metodológico de triangulación con el cual determinar geométricamente las posiciones en latitud y longitud (Brown 1949, 246), comenzarán los trabajos de cálculo de las coordenadas astronómicas de puntos acotados en todo el territorio francés a cargo sucesivamente de la dinastía de los Cassini hasta la Revolución. Los primeros datos parciales científicamente producidos, hicieron aparecer alrededor de 1681 la figura real de Francia, deslegitimando el mapa tradicional del geógrafo Real Nicolás de Sanson elaborado en 1679 (Brown 1949, 248). Recién setenta años después del pedido de Colbert, se obtuvo en 1745 una Description géometrique de la France compuesta por 18 cartas, ampliada en 1755 con Carte Génerale et Particulière de France y finalmente terminada con la publicación de las 180 hojas de la Carte de Cassini o Carta de l’Académie en 1789 (Brown 1949, 252 254), donde se consignaban más de 3000 puntos de triangulación en el terreno (Revel 1989, 153).
La principal paradoja de esta empresa desmesurada para la época consistió en que la primera carta de un estado construida sobre mediciones geodésicas exactas, no contaría con la posibilidad de incorporarle información topográfica y temática con el mismo grado de precisión y abundancia (Revel 1989, 154); con ello, el objetivo original de su creación quedó absolutamente desdibujado.
En Inglaterra, por el contrario, los trabajos de construcción de una carta del Reino se debieron fundamentalmente a la actividad de William Roy, quien se encargó de llevar adelante las primeras representaciones cartográficas con base geodésica moderna de las Higlands, luego de la derrota de la rebelión escocesa en 1745 y, posteriormente, con el apoyo de la Royal Society, una elaborada triangulación de Inglaterra e Irlanda basada en 218 estaciones de medición. A partir de estos trabajos, se fundará en 1791 el Odenance Survey, institución que encarará la tarea de producir el mapa de Gran Bretaña basado en mediciones astronómicas exactas y que contará con la colaboración científica de los Cassini, siendo la primera institución oficial de Europa en reunir las mediciones geodésicas con el relevamiento topográfico de forma sistemática y con cierto grado de continuidad (Brown 1949, 256 264; Skelton 1962; Gardiner 1977).
Holanda abrió, durante el siglo XVII, el camino de la cartografía y la ilustración, relacionándolas con la producción y la gestión del territorio, desde una perspectiva donde ciencia y arte se identificaban adecuándose a las condiciones de descentralización y masificación de las actividades de relevamiento inventarial y representación gráfica del territorio metropolitano y las colonias. En Francia, la cartografía y las actividades inventariales y descriptivas estadísticas y monográficas sirvieron mayoritariamente durante los siglos XVII y XVIII para los propósitos de unificación de un estado segmentado en distintas unidades territoriales preexistentes y para la homogeneización institucional de prácticas burocráticas y competencias jurisdiccionales administrativas. En el caso de Inglaterra, las actividades de representación cartográfica habrían servido a la organización de los métodos de control y organización fiscal acordados entre la sociedad civil y el estado dinástico, pero sobre la base de un territorio unificado y una estructura administrativa mucho más desconcentrada burocráticamente.
Para fines del siglo XVIII, entonces, estarían dadas las condiciones para la autonomización disciplinaria del conocimiento cartográfico y la transformación político institucional del territorio como sujeto y objeto de la soberanía estatal. La disociación entre representación del mundo y representación abstracta de la figura geográfica del Globo había concluido.


4- Representación política y representación estatal: La cartografía científica y la naturalización del territorio durante el siglo XIX.

La Modernidad ha construido, durante los siglos XVII y XVIII, una esfera estatal autonomizada del gobierno, cuyos rasgos de individualización cultural se expresan en las prácticas burocráticas, en las normas de administración y en la relación de pertenencia subjetiva de un colectivo de sujetos súbditos, con los atributos objetivos del aparato estatal.
Esta operación de origen fundamentalmente político, es a la vez organizativa, porque unifica centralizadamente el funcionamiento de las jerarquías de dominación y los lazos de dependencia preexistentes, y coercitiva, porque homogeneiza burocráticamente la diversidad local y regional de normas, costumbres y prerrogativas comunitarias (Giddens 1987, 192 197).
En todos los casos, la construcción del estado moderno supuso la institucionalización del territorio bajo la forma de jurisdicción de ejercicio de la soberanía y, paralelamente, como elemento de diferenciación de una entidad naturalizada que comprendía un escenario geográfico y una población determinada (Smith 1986, 165 169).
La neutralización del origen político de esta construcción histórica, es decir, constituirla en una entidad trascendente y no en el resultado jurisdiccional del patrimonio dinástico, constituyó una tarea administrativa e ideológica no exenta de contradicciones.
En primer lugar, porque el vínculo patrimonial en el absolutismo fue ligándose al estado como ámbito público y no al dominio personal del monarca; en segundo lugar, porque la consolidación del poder estatal impulsó un movimiento de modernización de la sociedad.
Tanto la despatrimonialización del poder dinástico en beneficio del estado, como el desarrollo de la sociedad civil de manera autónoma, dieron un nuevo contenido simbólico, cultural, político y social al territorio.
Emblema material del estado, referente oficial del sujeto colectivo de súbditos, norma jurisdiccional de ejercicio del poder de dominación y ámbito geográfico de administración y gobierno, el territorio debería ser un receptáculo neutro para garantizar la cohesión social y la continuidad histórica del estado como sujeto político. Para ello, hubo que pasar de la figuración patrimonial monárquica renacentista encarnada en el territorio, a la representación científica del mapa del estado durante la Ilustración y este proceso, como se advirtió en los dos capítulos anteriores, fue fabricando disciplinariamente a la cartografía como técnica de relevamiento, proyección y representación, mientras que la distanciaba de otro conjunto de saberes de factura geográfica y estadística organizados como discursos descriptivos, sistematizaciones inventariales e interpretaciones regionales.
La cartografía científica del siglo XVIII, sólidamente neutralizada en sus técnicas de relevamiento geodésicas y topográficas, se constituyó en el elemento social e interestatalmente legítimo para la normatización de los límites territoriales del estado. “La domesticación por el poder político de la geografía parece ser, en consecuencia, un elemento importante en la construcción del estado, notablemente en lo referido a los requisitos necesarios para proponerse como ‘sujeto de derecho’ miembro de la sociedad internacional: la restricción de los espacios límites a líneas fronteras exactamente definidas es la condición para el logro de las empresas estatales” .
Pero, además, esta domesticación de la geografía, la convertiría en el locus institucionalizado del poder soberano, autonomizando la esfera estatal de los derechos patrimoniales de la monarquía. “De este modo, el cartógrafo que emerge es un agente de cambio social que subvierte la lealtad dinástica en favor de una identidad /estatal / enraizada en la geografía nacional y local”
Cuando la Revolución subvierta las bases ideológicas del derecho divino de los reyes como derecho natural y defina a la sociedad del estado como el resultado de un contrato constitucional entre sus miembros, la ciudadanía se transformará en la depositaria de la soberanía política y, la norma territorial que geográficamente la delimitaba, obtendrá un status abstracto definitivo. “La forma ya dominada, investida de potencialidades simbólicas, tiende a reducirse a la evidencia, o sea a un cuadro neutro” . Por una lado, entonces, se oficializará el conocimiento cartográfico como saber instrumental y, por el otro, se irán sentando las bases cognitivas y sociales para la institucionalización de la disciplina geográfica que acaecerá a fines del siglo XIX.
La construcción de la ciudadanía planteaba a los teóricos políticos y sociales de la Revolución Francesa serias dificultades para poder justificar el carácter universal del nuevo orden impuesto por la Burguesía francesa sin aceptar, de manera implícita o directamente doctrinaria, la herencia territorial del Anciènne Régime (Escolar 1994).
Fue necesario pasar de un territorio de dominación de carácter semi patrimonial a un territorio de representación que delimitase jurídicamente al sujeto colectivo que delegaba la soberanía en el gobierno del estado (Escolar 1995b); y en este tránsito de usos coercitivos e ideológicos a usos políticos y sociales del territorio, la estructura burocrática del estado sufrió modificaciones sustanciales respecto a su rol institucional. Esto de debió a que dejaría de ser exclusivamente un aparato de centralización cuyo objetivo era servir a la consolidación de la monarquía, para convertirse en una esfera pública, no exenta de contradicciones y de luchas internas, en la cual se expresaría el gobierno del pueblo a través de la administración y gestión de los recursos naturales y humanos del territorio sujeto a la soberanía popular (Alliès 1980, 182 183).
La destrucción del sistema provincial y la instauración de una división administrativa departamental en 1789, perseguía explícitamente el objetivo de desmantelar los particularismos atávicos sobre los que se había erguido la Monarquía Francesa (Revel 1989, 129) y trasladar al terreno del escenario geográfico del estado los principios de igualdad y fraternidad .
A partir del golpe de Termidor, se desarrolló un período de doce años caracterizado por la producción de información departamental organizada de manera descentralizada, que tuvo como punto de partida la circular a los administradores departamentales del primer ministro del Interior del Directorio, Bénézech, en 1795 (Bourguet 1977, cap: 1). Esta intensa actividad de relevamiento e interpretación estadístico-descriptivo no fructificó en la producción de una cartografía temática local. El conocimiento cartográfico del territorio permanecería en el marco del discurso geodésico y topográfico ligado a la construcción del mapa de Francia, actividad que continuaría la línea de trabajo emprendida por la dinastía de los Cassinni desde la época de Colbert (Revel 1989, 154).
La principal iniciativa fue la elaboración de una estadística general y particular de Francia realizada de manera incompleta por Chaptal entre 1801 y 1804, de cuyos resultados surgió una masa de información organizada departamentalmente (Woolf 1981, 60) que sería un caldo de cultivo para reinventar otra vez los cuadros provinciales en el nuevo formato departamental (Revel 1989, 131).
El advenimiento del imperio napoleónico retrotraerá la situación a la última época monárquica y la información estadística territorial volverá a ser secreto de estado. Dos tipos de actividades se desarrollarán con ímpetu durante el período napoleónico; por un lado, los relevamientos estadístico-cartográficos elaborados por los ingenieros militares y, por el otro, las obras descriptivas de lugares, países y regiones producidas por civiles -más o menos caracterizables como “geógrafos” interesados en las existencias y potencialidades de los territorios conquistados por el Imperio.
En su conjunto, ambas actividades se plasmaron en la primera institucionalización de un gran sistema de información geográfica (Golleweska 1994), cuya pertinencia cognitiva y política se sustentaba en una idea de modernización como expresión del ascenso de la racionalidad en el control técnico de la sociedad y la gestión de gobierno (Adas 1981, chap.4) y en este sentido, el imperialismo se asoció a la idea de difusión del progreso legitimado en los derechos de conquista de la civilización y, en particular, de la Civilización Francesa (Godleweska 1994, 53).
El triunfo de una idea territorial de nación originada en el pensamiento girondino del año II, estaba presente en el fondo ideológico nacionalista de la expansión napoleónica; por otro lado, la idea de nación universal jacobina justificaba, en el plano de la civilización y el progreso material, la expansión del estado imperial francés.
La derrota del proyecto napoléonico sumió a Francia en un estado de introspección respecto a sus pretensiones universalizantes. La Restauración primero y la Monarquía de julio después, restringieron la reflexión sobre el territorio y, por ende, la sociedad, en el nivel de los útiles necesarios para la selección de los distintos modelos de organización social y económica del estado; urgía conocer las desigualdades del terreno para poder proyectar las transformaciones imaginadas (Chartier 1980, 29). Duphin encarará la tarea durante la década de 1820, manteniendo aún una división departamental, aunque estrictamente funcional a los fines descriptivos (Chartier 1978). Con Angeville y Guerry en la década de 1830, la encuesta dejó paso al inventario ajustado a la interpretación posterior de un objeto único que era el territorio francés. El relevamiento se volvió mas abstracto, ya que fueron evacuadas las diferencias geográficas naturales que se constituían de hecho en entidades metodológicamente independientes a su diseño estadístico. Las unidades locales de recolección y agregación de la información fueron concebidas como áreas continuas según los protocolos de zonificaciones convencionales, para construir de esta forma, un espacio neutro de indagación estadística (Chartier 1980, 29 30).
La figura científica del territorio del estado ya estaba garantizada por la cartografía elaborada sobre sólidas bases geométricas. A partir de ella, era factible reconstruir las diferencias dentro del Reino y poder proyectar las acciones necesarias para su transformación planificada. Se instalaba, entonces, la idea de catálogo geográfico sobre un espacio neutro y homogéneo, desde el cual poder construir la codificación de la realidad social y controlarla, ya que “un poder eficaz supone una superficie lisa donde ejercerse, sin que se pierda en cada instante en el diseño barroco de las diferencias” .
Del otro lado del Atlántico, las trece colonias británicas emancipadas en 1776 se constituirían en el primer estado democrático de la modernidad, siendo un importante antecedente de la Revolución Francesa, aunque con diferencias notables en lo tocante a su proceso de formación territorial y al régimen político que prevalecerá en cada caso (Recalde 1982, 177 178).
La democracia americana se había organizado primero sobre una base confederada en 1782, para transformarse, luego de un amplio debate parlamentario y constitucional, en un estado federal en 1795 (Sack, 1986, 146 148). Mientras que la francesa, había sido desde un primer momento unitaria, aún considerando los escarceos federales girondinos en la última década del siglo XVIII (Gottmann 1973, 75).
La primera diferencia a la que se hacía alusión, es decir, la organización político administrativa heredada y el estilo de formación territorial nacional estatal posteriormente desarrollado en Estados Unidos, debe ser tratada con mayor detalle, ya que significó orientaciones nada semejantes con Europa, en lo referido a la modernización del estado, pero, sobre todo, en el tipo de reconocimiento y exploración geográfica que eran requeridos en cada situación y, consecuentemente, en las características adoptadas por los saberes cartográficos y descriptivo-inventariales destinados a su representación textual gráfica y verbal.
Francia contaba con un largo proceso de formación territorial que había comenzado a gestarse en épocas de los primeros Capeto y que se consolidaría en los siglos XVII y XVIII. Durante el mismo período también, se habían desarrollado, institucional y territorialmente, otros estados contiguos a ella, de manera tal que en el momento de la Revolución su territorio ya estaba en gran parte producido por el absolutismo y sus límites no podían modificarse sin comprometer inmediatamente a otros estados vecinos.
Nada de esto sucedía en los Estados Unidos, aún aceptando que las trece colonias estaban rodeadas por dependencias coloniales francesas y británicas; de hecho estas últimas no representaban ni remotamente territorios organizados y efectivamente ocupados como los europeos y, hasta cierto punto, los suyos y los de Quebec (Sack 1986, 140 142), sino jurisdicciones más o menos delimitadas de ejercicio de la soberanía imperial británica o francesa. La franja costera que ocupaban los estados de la Unión en el este del América del Norte, funcionaría durante todo el siglo XIX, como una plataforma desde donde orientar la expansión hacia los extensos territorios desconocidos ubicados hacia el oeste (Goetzmann 1986, 76 779), dentro de un imaginario territorial continental que se elaboraría rápidamente en las décadas posteriores al fin de la guerra de independencia (Sack 1986, 153).
Por este motivo, el discurso civilizatorio y progresista que había alentado la experiencia imperialista de la Grand Nation francesa, amparado en la creencia de la superioridad de sus instituciones políticas y de su cultura y ciencia nacional, no encontraría el mismo direccionamiento ideológico que en la Unión; aquí el discurso estaría destinado hacia la civilización del propio territorio heredado jurisdiccionalmente y del vasto territorio contiguo a descubrir, explorar y ocupar (Goetzmann 1986, 115). El dominio de la naturaleza y el dominio del territorio se fusionaban con una visión no patrimonial de su posesión estatal (Duchacek 1984, 14) y una estructura descentralizada de su administración pública y de sus diferentes niveles gubernamentales (Elazar 1962).
Estados Unidos gozaba de una situación sumamente singular; hasta cierto punto carecía de formaciones estatales contiguas y, con la solución federal a la inestable estructura confederada original (Sack 1986, 149 151), no cargaba con ningún tipo de problema de delimitación política externa a partir de territorios administrativos coloniales. Situación completamente distinta a la de los demás estados de América Central y del Sur que, unas décadas más adelante, también se independizarían, conformando junto con Estados Unidos y, esporádicamente, Francia (1848 1850 y 1871 en adelante), los únicos estados democrático representativos del siglo XIX.
Los territorios coloniales españoles se transformaron en un conjunto de repúblicas democráticas que tendrían que institucionalizar a jurisdicciones administrativas heredadas como límites de colectividades nacionales, conjugando esta necesidad con la posibilidad -cierta en la mayor parte de los casos- de expandir la ocupación efectiva del territorio hacia zonas poco exploradas o de muy baja presencia de población no indígena. A esto se le adicionaría un discurso civilizatorio y auto identificatorio nativo (Anderson 1983, 50 55) , que buscó adecuar su entidad política y social a los criterios de estatalidad vigentes en la época (Jackson 1990, 64). Distinta fue la situación en la ex-colonia portuguesa del Brasil que, al igual que los Estados Unidos, se había transformado en un solo estado independiente, fabricando su integración territorial (Osorio Machado 1990), pero que, por otro lado, se convertiría en la única monarquía del continente americano durante el siglo XIX.
De manera similar que en los Estados Unidos, en el Imperio del Brasil (182 -1889) y en la República Velha (1889 1929), la ideología civilizatoria del territorio y de su población estatal (Lippi Oliveira, 1990; Robloff de Mattos 1987, 251 279; Ortiz 1985, 13 35) se articuló con un vasto interior virgen a descubrir y ocupar (Zusmann 1993) y escasos contactos fronterizos efectivos con países vecinos (Teixeira Soares 1972).
Muy tempranamente se desarrollaron en los Estados Unidos discursos que intentaban dar cuenta racionalmente de la naturaleza exótica de la vida silvestre y de las dimensiones grandiosas de la configuración geográfica del continente americano (Nash 1965). La idea de libertad acuñada en una sociedad individualista y democrática se empapaba de imágenes de territorios vírgenes donde la industriosidad y el esfuerzo de la ciudadanía americana podría transformarlos dominando su naturaleza salvaje (Toal 1989, 197 199). La espectacularidad del paisaje se reflejaba en el futuro premonitorio de la nación (Zelinsky 1988, 218).
Un imaginario patriótico se aunó, desde un primer momento, con la expansión territorial del estado. Ambos se sostenían en rasgos similares: la idea de desarrollar una ciencia americana para cumplir satisfactoriamente con el destino manifiesto de la nación discurso característico de la obra del presidente Jefferson y de los exploradores Lewis y Clark entre los años 1779-1830 (Livingstone 1992, 142 149)- y el providencialismo teológico natural inscripto en la alegoría ‘de la grandeza geográfica anunciando la grandeza del estado’ de los trabajos de Guyot y Maury (Livingstone 1992, 149 155). En ningún caso europeo se conjugaron tan estrechamente como en Estados Unidos, la exploración de territorios no metropolitanos, el inventario y descripción del territorio del estado y los símbolos de autoidentificación de la nacionalidad estatal (Zelinsky 1988, 177 180).
La neutralización del territorio que se había concretado durante el proceso de modernización estatal, no sólo se limitó a la institucionalización científica alcanzada por el conocimiento cartográfico, sino a la producción de su imagen real en los relevamientos geodésicos y topográficos que se llevarían a cabo en Europa durante el siglo XIX.
De manera análoga a Francia, Inglaterra había emprendido acciones destinadas a adquirir el mapa estatal utilizando sistemas de triangulación astronómica. Este mapa y la cartografía general del reino que iría aumentando la escala de representación a lo largo de todo el siglo, quedaría a cargo del Royal Survey a partir de 1791. En el resto de los estados europeos, también se fundaron organismos similares, orientados según los mismos propósitos .
En el siglo XVI, se habían llevado a cabo distintos relevamientos topográficos con los cuales producir mapas nacionales de diferente escala y precisión en la información localizada. En el Sacro Imperio, bajo la influencia de la escuela corográfica alemana, se efectuó un gran inventario de Sajonia entre 1550 y 1600 a escala 1:26.000 y otro de Bavaria entre 1554 y 1563 (considerado el mejor de su época) compuesto por cuarenta pliegos representados a escala 1:50.000. En el siglo posterior, Dinamarca produciría en 1652 un mapa catastral en treinta y siete hojas junto con cartografía de descripción temática regional anexa y Suecia, un mapa más modesto en 1626, compuesto por seis hojas grabadas. Mientras tanto, Rusia recién produciría su primer mapa del sector europeo Imperial en 1720 y Austria, únicamente relevamientos parciales de factura bastante primitiva entre 1768 y 1790.
En términos generales, se observa cierto grado de correlación entre la profundidad del proceso de centralización política y modernización estatal de los distintos poderes dinásticos europeos, acorde al avance que, en cada caso, tenía la delimitación de sus territorios soberanos.
Concomitantemente con las empresas de relevamiento geográfico desarrolladas en Inglaterra, Dinamarca, Suecia y Rusia organizaron reparticiones con responsabilidad en la producción de cartografía oficial. Desde 1742, la Real Academia de Ciencias Danesa impulsó la elaboración de un relevamiento geodésico que culminaría con la realización de la primera triangulación del Reino publicada en 1776; esta actividad precederá la fundación, en 1808, del Danish General Staff. En Suecia, la primera triangulación fue preparada en 1747, quedando a cargo del Bureau of Land Surveying, organismo que en 1805 se transformó en el Swedish Field Survey Corps. Rusia también contará, a partir de 1739, con un Departamento Geográfico dependiente de la Academia de Ciencias, cuyas responsabilidades serán trasladadas en 1763 al General Staff, encargado de elaborar en 1816 la primera triangulación del territorio de Vilna y, treinta años después, aunque a distintas escalas según fuesen zonas europeas o asiáticas, una tarea del mismo tipo pero que incluyó a todo el territorio del Imperio. Más tardíamente, Austria desarrollará distintos emprendimientos regionales de relevamiento topográfico y triangulación trigonométrica entre 1760 y 1860, reflejando el bajo nivel de centralización política de ese estado. Finalmente, con posterioridad a la Unificación Alemana en 1870, se organizará el German State Survey, organismo que mejorará y estandarizará las diversas empresas de relevamiento y triangulación emprendidas por la mayor parte de los principados alemanes a lo largo del siglo XVIII.
Un tratamiento separado merece la naturalización del territorio en los estados democrático representativos. Como ya fue expuesto previamente, ésta se constituyó sobre el trabajo de neutralización cartográfica operada en el período absolutista, pero la diferencia se encontraría en que esta naturalización se plasmó además en la abstracción geométrica de las jurisdicciones político administrativas y en la simbolización étnico geográfica del mapa nacional.
Dejando de lado las vicisitudes de oficialización de la representación cartográfica y de la institucionalización de los útiles de relevamiento y encuesta territorial en Francia después de la Revolución, Estados Unidos va a destacarse por la radicalización geométrica de las prácticas de división político administrativa y la generalización de la producción y uso de documentación cartográfica en las distintas reparticiones del estado.
La primera expansión hacia el oeste, desde los Apalaches hasta la cuenca del Mississippi Missouri, en las últimas décadas del siglo XVIII y la primera del XIX, proporcionó el primer laboratorio para el trazado de fronteras lineales que se expresaría con mucha mayor profundidad en el segundo período de expansión hacia el lejano oeste y la costa del Pacífico, una vez finalizada la guerra de secesión en la década del 1880. En ambas oportunidades, el territorio fue tratado geométricamente, adecuando los distritos estatales y los condados creados al tipo de parcelas rectangulares que masivamente prevalecían en todo el ámbito geográfico de los Estados Unidos (Jonsthon, 1976).
No existiendo en América la urgencia europea de construir representaciones cartográficas geodésicamente precisas y epistemológicamente legítimas, con las cuales institucionalizar y controlar las fronteras del estado actitud que durante el siglo XIX modificó la ecuación costo beneficio estratégico en favor del conocimiento y en contra del secreto (Brown 1949, 279) durante el período 1776 1818, la mayoría de los trabajos realizados fueron esporádicos y conjugaron la exploración con el levantamiento de campo, la descripción y la clasificación de los contenidos paisajísticos sistemáticamente reconocidos. Además, se elaboraron algunas cadenas de triangulación a pequeña escala, destinadas a posibilitar la localización cartográfica aproximada de los límites rectilíneos correspondientes a los nuevos estados incorporados a la Unión (Friis 1965).
Hasta la década de 1880, los trabajos de relevamiento geográfico se distribuyeron en distintos organismos que los impulsaron y patrocinaron esporádicamente. Primero el relevamiento costero del Departamento del Tesoro en 1807, que en 1847 daría lugar a un presupuesto estable otorgado por el Congreso para actualizar permanentemente la cartografía costera con métodos de triangulación trigonométrica (Raiz 1937). Años después, en 1845, se organizaría definitivamente la Oficina Censal de la Unión (U.S. Census Office) que desarrollaría una tarea regular de producción y compilación de cartografía estadística federal (Friis 1974). También en 1813 se creará el cuerpo de Ingenieros Topógrafos en dependencias del ejército que, a partir de 1863, mantendrá una activa política de levantamiento hidrológico, triangulación trigonométrica y determinación astronómica de límites políticos. Esta oficina quedó definitivamente institucionalizada en 1879 dentro del Departamento de Guerra. Por último, también en el año 1879, fue fundado el Geological Survey que tendría a su cargo los primeros intentos de planificación territorial durante la expansión hacia el “lejano Oeste” y que finalmente se encargará de gran parte de la labor cartográfica demandada por el Departamento de Guerra y el General Staff (Brown 1949, 277 278).
La diversidad de instituciones involucradas en el trabajo de relevamiento topográfico, medición geodésica y representación cartográfica en Estados Unidos revela el impacto de una estructura estatal que relaciona directamente el gobierno con la representación política ciudadana y en la cual la administración constituye organismos públicos ligados explícitamente a la modernización y el progreso material de los habitantes del Estado (Raiz 1937).
En la segunda mitad del siglo XIX, la mayor parte de los estados centrales, incluyendo Estados Unidos, habían sentado las bases de sus instituciones cartográficas. En este período, la expansión del capitalismo hasta la crisis de 1880, transformaría profundamente la estructura social de los países desarrollados modificando sus pautas de consumo y producción, las relaciones laborales y el peso relativo entre las sociedades agrarias y urbanas (Hobsbawm 1989, caps: 3, 6, 9 y 12; Anderson, M.S. 1985, cap 3). Se marcaría así un clímax de reestructuración del territorio y, con ello, de la administración destinada a controlarlo, gestionarlo y proyectarlo (Anderson, M.S. 1985, 100 107).
Pero estos mismos territorios social y políticamente organizados que ya habían sido reconocidos y representados metódicamente, comenzarían, como plataformas de estado, a reproducirse con una virulencia nunca vista quizás desde el Renacimiento, hasta construir un mundo colonial global que abarcará la casi totalidad del planeta, crudamente isomorfo al occidental por definición autoritaria (Said 1993, 315).
Los discursos que clasificaban e interpretaban descripciones de series estadísticas, monografías, relatos de viajes, informes de campo, representaciones pictóricas y representaciones cartográficas, e infinidad de otros objetos intelectuales ya estandarizados en ciertos patrones técnicos, gozarían de una amplia legitimidad que les permitiría pasar a una etapa de institucionalización independiente (Livingstone 1992, 166 176; Stoddart 1986, 59 76).
En efecto, la exploración y la representación se transformaron en dos figuras asociadas en el descubrimiento y la codificación de la diversidad geográfica sobre bases teóricas y experimentales bien cimentadas por la ciencia positiva.(Said 1993, 52 53)
A partir de la década de 1870 aproximadamente, la educación masiva se aproximó lentamente a la reificación de imágenes del territorio metropolitano y de ultramar para formar la identidad colectiva de los ciudadanos de las naciones estado y los habitantes de los territorios coloniales (Driver 1992, 30 34). Naciones e imperios se transformaron en sujetos cartografiables reales y, por segunda vez en cien años (aunque a una escala mayor), los límites administrativos producidos por Europa en el resto del mundo se solidificarán políticamente hasta funcionar como instrumentos de discriminación étnica de las numerosas nacionalidades estatales que aparecerían en las sucesivas coyunturas de descolonización durante el siglo XX (Hobsbawm 1989, cap.5; Breuilly 1985, cap 5; Escolar 1995).
Las sociedades geográficas organismos de promoción temática y fomento corporativo permeadas de fines económicos, políticos y científicos, constituirán el locus privilegiado de la socialización del conocimiento geográfico y de su utilización práctica y transmisión intelectual . Por otro lado, los sistemas escolares crearán los espacios curriculares desde donde transmitir pautadamente las imágenes, informaciones y argumentos para la comprensión del carácter natural de las entidades territoriales estatales y de la lógica no arbritaria del dominio colonial; ambos amparados en los datos objetivos de la gografía humana y la geografía física finiseculares (Escolar, Quintero Palacios, Reborati, 1994b, Anderson 1986) .
Dos datos son significativos entonces: la casi simultaneidad de la institucionalizacion social y educativa de saberes geográficos en el momento en que la cientificidad de los saberes destinados a la representación cartográfica del mundo encuentran una institucionalización definitiva y, además, el hecho que, en el comienzo de la descripción e interpretación legítima de la geografia material, los modos de visualización necesarios ya estaban codificados y neutralizados por la cartografía científica.


5-Conclusión

En los orígenes del proceso de construcción de los estados modernos, el conocimiento del territorio fue un saber asociado a la capacidad de dominio patrimonial de la monarquía sobre sus posesiones jurisdiccionales y eminentes. La autonomización de un sector social que conformaría la burocracia del estado y la centralización del poder dinástico desde el siglo XV, trajo consigo la búsqueda de formas de representación del territorio donde la administración pudiese prever, calcular y operacionalizar el ejercicio de sus funciones y competencias.
La exploración, en consecuencia, no fue sólo una empresa de conquista dirigida a la expansión ultramarina de los estados europeo occidentales durante el Renacimiento, fue también un reconocimiento de sus territorios en Europa.
Representar, describir e interpretar el mundo, no eran acciones separadas entre sí; la realidad geográfica del planeta se descubría y se dominaba rompiendo con las imágenes legadas por la antigüedad e incorporando las figuras que la imaginación y el relevamiento empírico aportaban masivamente. Pictografía, técnicas cartográficas y ciencia conformaban un único campo intelectual ligado a la elaboración sistemática de los escenarios internos y externos donde el poder central de la monarquía planearía y ejercería su soberanía territorial efectiva.
Sin embargo, la tecnología de representación cartográfica nunca pudo conseguir el ideal renacentista de una imagen completa. Una imagen que incluyese toda la información disponible y que sirviese para todos los propósitos. Por esta razón, el contenido de las cartas comenzó a ser separado de la exactitud del trazado y de su referencialidad real. Representar sería durante el siglo XVII y XVIII controlar y tener capacidad para manejarse en el terreno.
La centralización coercitiva en los estados absolutistas definió un universo de información necesaria que no podía quedar sujeto a la arbitrariedad de la pictografía cartográfica renacentista. Conocer la figura de la tierra fue, desde entonces, un proceso científico que neutralizó los usos ideológicos explícitos y las prácticas figurativas en la actividad cartográfica.
Cuando sobrevino la revolución, el territorio ya estaba producido e institucionalizado por el estado absolutista. Hasta cierto punto había cobrado autonomía política como jurisdicción administrativa y de gobierno, abriendo así el camino para una idea abstracta y no personalizada del poder y la entidad estatal. La representación ciudadana se constituyó en el mecanismo para la delegación del poder soberano de la ciudadanía circunscripta a un territorio. La carta nacional, es decir, la figura neutral del cuerpo de la patria, comenzaría a funcionar desde entonces como una herramienta de naturalización del sujeto político nacional estatal.
Cuando la cartografía y la estructura burocrática estatal ya se habían consolidado como instituciones oficiales, científica la primera y administrativa la segunda, el reconocimiento y la exploración se transformaron en una práctica de localización de información discriminada temáticamente. En consecuencia, ‘cartografiar’, ya nunca más fue inventar la geografía y producir el territorio. La neutralización de la representación cartográfica y la naturalización de la configuración geográfica del estado, posibilitarían, a partir de las últimas décadas del siglo XIX, que la geografía se institucionalizara como disciplina científica autónoma.



Referencias bibliográficas:

Nota: El * indica que la cita en el texto corresponde a versiones portuguesas o españolas

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